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concluyente de estas acusaciones aparece
elocuentemente en nuestros volúmenes. Sin embargo,
no podemos dejar de hacer alguna reflexión.
Los clérigos de don Bosco, desde el principio
del Oratorio, fueron siempre a clase al seminario
y la mayor parte de ellos pasó los exámenes con
elogio, mientras con privaciones, incomodidades y
sacrificios enviaban centenares de alumnos a los
seminarios; de modo que muchas diócesis, que
carecían de sacerdotes, pudieron adquirir un clero
numeroso. >>Y se puede suponer que no tenían
espíritu eclesiástico?
El Oratorio había empezado con una sencilla
catequesis. Al catecismo se añadieron los
entretenimientos, las escuelas nocturnas y
dominicales; después el internado para muchachos
pobres abandonados, las escuelas de artes y
oficios y los mismos colegios de bachillerato. La
obra de Dios se fue desarrollando gradualmente y,
junto con los pobres, acudían también al Oratorio
muchachos de familias de clase media que deseaban
ponerlos bajo la dirección de don Bosco. >>Cómo
iba don Bosco a rechazarlos o no exigirles la
módica pensión que podían pagar? Por lo demás, él
continuó recibiendo gratuitamente a muchos niños
necesitados.
Otra observación sobre la crítica más maliciosa
contra la persona de don Bosco. Nosotros podemos y
debemos declarar explícitamente que jamás le oímos
vanagloriarse de las recepciones tenidas en Roma y
en otros lugares: raras veces aludió a ellas en
las conferencias privadas a sus hijos; siempre
atribuía a la Pía Sociedad Salesiana, de la que
era cabeza, los honores tributados a su persona,
para animar a sus hijos acometidos de tantos modos
y ípara entonar un himno de humilde acción de
gracias a la Virgen! Por lo demás en el caso
específico a que se refiere >>no había estado
((**It9.372**)) con él
don Juan Bautista Francesia? >>Y quién podía
impedir a tal hijo narrar las glorias del
amadísimo padre?
Resulta por demás ingenua la opinión del
desacuerdo con la familiaridad de clérigos y
muchachos, ya fueran éstos aprendices o
estudiantes, como lo eran en su mayoría. Lo que
escandalizaba a los espectadores superficiales,
encantaba a don Bosco, quien estaba seguro de que
así se impedía todo mal moral y a la par estudiaba
también las energías físicas y los modos de cada
uno. Un día el clérigo Luis Lasagna, que ya era
profesor, jugaba con sus alumnos a la pelota, pues
era buen pelotari. Entró don Bosco en el patio en
aquel momento y después de contemplarle un
momento, dijo a Don Juan Garino que estaba a su
lado:
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