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primavera de 1867, anduvo contando don Bosco
(quiero creer que más por ingenuidad que por
presunción), a ciertas distinguidas personas,
conocidas suyas, y también a los sacerdotes y
clérigos de su Instituto, que había recibido en
esa Capital los más grandes agasajos y había
encontrado altas y excelentes protecciones, que
había sido buscado y ((**It9.370**))
visitado por Prelados y Cardenales y que algunos
de ellos hasta se arrodillaban ante él pidiéndole
su bendición. Esto último me lo contó a mí mismo
un sacerdote del Instituto de don Bosco haciéndose
maravillas de él; por toda respuesta le hice
observar que ello probaba cuánta y cuán grande era
la piedad y humildad del Sacro Colegio y de la
Prelatura Romana.
Y como don Bosco tiene muchas amistades entre
el señorío turinés, que con sus generosos
donativos concurre admirablemente al sostenimiento
del Instituto, estas noticias corrieron pronto por
la ciudad, y, si valieron para hacer de don Bosco
un hombre de suma importancia ante algunos,
alcanzaron poco crédito ante otros. Por tanto, si
el alabado don Bosco consiguiera la facultad de
que se trata, en las actuales contingencias,
persuadiría una vez más a sus protectores
partidarios de la infundada opinión en que ya
están, a saber, que don Bosco, apoyado por el alto
concepto de que es tenido en Roma, obtiene allí
todo lo que quiere: y, en los días que corren, eso
se consideraría por muchos como una victoria
alcanzada por él mismo sobre el Arzobispo.
Me duele mucho haber tenido que señalar ciertos
hechos y circunstancias poco favorables al citado
don Bosco, a quien aprecio y quiero mucho, pero la
estima y afecto que siento por este dignísimo
sacerdote, como por cualquier otro, jamás podré
con la gracia de Dios, anteponerlos a la verdad,
la justicia y los deberes sacrosantos que me ligan
a esa Santa Sede, a la que, desde hace más de
veinte años, tengo el honor de prestar mis pobres
servicios.
En fin, mientras doy a V. S. Ilma. mis más
sinceras gracias por el honroso encargo que se ha
dignado confiarme, quedaría muy satisfecho si este
humildísimo informe fuera reconocido por V. S.
Ilma., de algún modo suficiente para su fin y, al
ofrecerle mis humildes servicios, aprovecho esta
propicia oportunidad para profesarme, con los
sentimientos de mi más distinguido respeto,
De V. S. Ilma. y Rvma.
Turín, 6 de agosto de 1868.
Su
seguro servídor
CAYETANO TORTONE, teólogo
<<íPobre don Bosco! De no haber estado Dios con
él, hubiera quedado en la estacada>>. Así escribía
don Juan Bonetti en el mismo margen de este
documento cuando lo tuvo en sus manos.
En realidad, el informe es un tejido de errores
y falsas apreciaciones del principio al fin. No
dudamos en admitir la buena fe de monseñor
Tortone, pero hay que decir que don Bosco ((**It9.371**)) era mal
juzgado por muchos. Quien así le juzgaba no había
comprendido nada de su sistema educativo, nada de
la misión apostólica del Siervo de Dios, nada de
la Pía Sociedad Salesiana, alabada ya por la Santa
Sede; pero, obcecado por prevenciones, recibía
cualquier acusación de los perversos como verdad
incontestable. La refutación
(**Es9.343**))
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