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de infundir con ellos los sentimientos de dignidad
del estado que quieren abrazar. Desgraciadamente
muchos de ellos que saben mostrarse mansos y
humildes ante don Bosco, luego, como me consta,
son soberbios, tercos, vanidosos, y todo por falta
de una prudente dirección.
Me permito, por tanto, repetirle que don Bosco
ha hecho y continúa haciendo mucho bien, pero
hubiera sido mucho mejor que se hubiera atenido a
la primera finalidad de su fundación y no hubiese
pensado en formar casi un seminario de clérigos,
para quienes ni siquiera ha hecho aún un
reglamento. El Instituto, por tanto, tal y como
ahora se encuentra, no está de ningún modo apto
para ellos, y no se podrá esperar nunca de él un
buen resultado para la Iglesia, salvo que los
clérigos estén totalmente separados de los jóvenes
aprendices de oficios profesionales, y que sean
dirigidos por un docto director espiritual, para
juzgar si dan muestras de verdadera vocación y si
están provistos del espíritu que deben tener los
eclesiásticos.
Me indica también V. S. Ilma. y Rvma. que el
sacerdote don Bosco implora así mismo a Su
Santidad la importantísima facultad de otorgar las
dimisorias a los clérigos de su Instituto para las
sagradas órdenes: confío ((**It9.369**)) que me
perdonará si, movido como estoy por el verdadero
bien de la Iglesia, me tomo la libertad de
presentarle mi manera de ver en tal caso y es que,
si don Bosco llegara a conseguir tal gracia,
causaría aquí muy desagradable impresión entre el
clero y señaladamente entre el Capítulo Diocesano,
uno de cuyos miembros, muy poderoso y celosísimo,
que prudentemente acaba de ser nombrado prefecto y
director del clero de esta ciudad, se lamentó
muchas veces conmigo de los abusos de los clérigos
del Instituto de don Bosco, indicándome, además,
el grave daño que ocasionarían, si los mismos
fueran librados de la autoridad del Ordinario.
Por cuanto he tenido el honor de exponerle,
puede formarse una idea de los abusos existentes
en estos clérigos, ya sea en cuanto a los
estudios, ya sea en el descuido del verdadero
espíritu eclesiástico.
Ahora bien: >>qué funestas consecuencias no
habría que deplorar, con el tiempo, si se diera a
don Bosco la facultad de conceder las dimisorias
para las órdenes y se apartase a esos clérigos de
la vigilancia y jurisdicción del Ordinario? Esto
acarrearía inevitablemente una división entre el
clero, perjudicaría la disciplina eclesiástica,
abriría el camino para los abusos, además del daño
que causaría a la autoridad episcopal.
Y con respecto a este último punto no creo
poderme dispensar de señalarle que este señor
Arzobispo, conociendo el poco progreso en los
estudios y en la disciplina eclesiástica de los
clérigos de este Instituto, les obligó, para los
exámenes y para las órdenes, a las mismas normas
de los clérigos de la diócesis, disponiendo muy
sabiamente, y con la aprobación de todos los
buenos, que antes de ser admitidos a las sagradas
órdenes se les obligara a pasar un año en el
seminario diocesano. Estas disposiciones del
Arzobispo no tuvieron la aprobación de don Bosco,
el cual sigue todavía lamentándose de que el
Arzobispo es poco favorable a su Instituto, que
sus clérigos son objeto de discriminación por
parte de profesores y examinadores y que, si esto
sigue así, se verá obligado a cerrar el Instituto
por culpa del Arzobispo.
Estas quejas me las manifestó don Bosco a mí
mismo, hace unos meses, pero pudo convencerse de
que yo no era de la misma opinión.
Además de esto, me tomo la libertad de
indicarle otra circunstancia, y será la última
para no abusar de la bondad de V. S. Ilma. y
Rvma., pero me parece que será oportuna para poner
más luz en el hecho y darle a conocer cómo van
aquí las cosas.
A la vuelta de su último viaje a Roma, que tuvo
lugar, si no me equivoco, en la
(**Es9.342**))
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