((**Es9.329**)
(Ecl. XXXIII-25). Y añade: el yugo y el ronzal
doblegan el cuello duro, y el trabajo asiduo
amansa al esclavo.
Ese es el modo de tratar al cuerpo. La
mortificación. Así lo trataba san Pablo, que
escribía: Castigo corpus meum et in servitutem
redigo (Castigo mi cuerpo y lo reduzco a la
esclavitud). Y entre sus muchos trabajos
apostólicos, trabajaba para ganarse la comida para
sí y para los suyos.
((**It9.354**))
Jesucristo proclamaba: Nisi poenitentiam egeritis,
omnes similiter peribitis (Si no hiciereis
penitencia, todos pereceréis igualmente).
Para domar a este enemigo, repetía a todos el
Divino Salvador: Si quis vull post me venire,
abneget semetipsum et tollat crucem suam quotidie,
et sequatur me (Si alguien, quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y
sígame) (Luc. IX-23).
Y >>hasta cuándo? Usque ad mortem (Hasta la
muerte) y con la amenaza de que qui non vult pati
cum Christo non potest gaudere cum Christo (quien
no quiere padecer con Cristo, no puede gozar con
Cristo).
Y añadía Jesús: Qui enim voluerit animam suam
salvam facere perdet illam; nam qui perdiderit
animam suam propter me, salvam faciet illam. Quid
enim proficit homo, si lucretur universum mundum,
se autem ipsum perdat et detrimentum sui faciat?
(Quien quiera salvar su vida la perderá; pero
quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues
>>de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo
entero, si él mismo se pierde o se arruina?) (Luc.
IX-24).
Estas palabras indican hasta qué punto, en
ciertos casos, debe llegar la guerra a nuestro
cuerpo, antes que perder la gracia de Dios. Los
apóstoles, desde el principio de su misión,
azotados por mandato de la Sinagoga: Ibant
gaudentes a conspectu Concilii quoniam digni
habiti sunt pro nomine Jesu contumelian pati
(Marcharon de la presencia del Sanedrín contentos,
por haber sido considerados dignos de sufrir
ultrajes por el nombre de Jesús). Y con ellos, y
después de ellos hasta nuestros días, mártires sin
cuento abandonaron su cuerpo a los más atroces y
espantosos tormentos... Son innumerables los
fieles, monjes, religiosos, seglares que domaron y
doman sus pasiones con ayunos, vigilias,
disciplinas y otras penitencias que dan miedo a
los mundanos y a las almas débiles...
Ciertamente no estamos nosotros obligados a
sacrificar el cuerpo de este modo, y, si por azar
fuera necesario, Dios nos ayudará con su gracia.
Mas lo que no debemos hacer es ceder a las
asechanzas de los sentidos, sino reprimirlas y
prevenirlas. Nos debe animar a esta lucha aquel
gran pensamiento: Memorare novissima tua et in
aeternum non peccabis (Acuérdate de tus
postrimerías y no pecarás más).
La consideración de lo que será nuestro cuerpo
después de la muerte, sacude a quien está apegado
a la tierra, a las comodidades de la vida, a las
riquezas. Este cuerpo, al que tanto mimamos, será
muy pronto pasto de los gusanos más asquerosos.
Hagamos con gran fe el ejercicio de la buena
muerte.... Lejos de nosotros toda vanidad, toda
ambición, todo refinamiento. Fuera demasías en la
cama, en los vestidos, en los libros. Suframos los
efectos, las incomodidades de la pobreza que hemos
profesado o queremos profesar. Seamos ambiciosos,
sí, pero de salvar almas con nuestros sacrificios.
Mortificación de los sentidos... De los ojos:
al mirar, al leer. Contentarnos con la comida que
se nos da en casa. Ninguna bebida en la
habitación. Nada fuera de lo ordinario. Saber
tolerar e invitar a otros a hacerlo. Soportarse
mutuamente. Perdonar de corazón. Puntualidad en
los propios deberes.
((**It9.355**)) Los
maestros, los asistentes sean delicados con sus
subordinados; no ponerles
(**Es9.329**))
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