((**Es9.328**)
Señor Jesucristo nos dio admirable ejemplo de ello
durante toda su vida, que fue una continua
mortificación de su carne. Por más de veinte años
se ganó el pan con el sudor de su frente. Empezó
su predicación con un ayuno continuo de cuarenta
días y cuarenta noches. Sufrió el cansancio de
muchos viajes siempre a pie, la sed, el hambre, el
insomnio de largas noches pasadas en oración, su
dolorosa pasión, etc.
Robaba el descanso al cuerpo y oraba: así
enseñaba los dos medios con los que debemos
combatir nuestro cuerpo... Quien no lo mortifica,
tampoco es capaz de rezar bien.
Todos los santos que están en el cielo, todos
los buenos eclesiásticos y buenos sacerdotes
imitaron o imitan a Jesucristo, y son nuestros
modelos...
Nuestro cuerpo es el opresor del alma: Corpus
enim, quod corrumpitur, aggravat animam, et
terrena inhabitatio deprimit sensum multa
cogitantem (Un cuerpo corruptible hace pesada el
alma y esta tienda de tierra oprime el espíritu
fecundo en pensamientos) (Sb. IX, 15 ).
((**It9.353**)) El
cuerpo oprime a la mente y la doblega con multitud
de pensamientos y cuidados terrenos, de los que
estamos siempre llenos.
El alma de Adán, escribe san Bernardo, estuvo
libre de este peso, mientras tuvo un cuerpo
incorruptible. Dios le había constituido con una
libertad tal para que, puesto en medio de las
cosas más altas y más bajas, subiese a aquéllas
sin dificultad y bajase a éstas sin pasión o
necesidad: penetrase en las alturas con natural
ardor y pureza de mente, y juzgase del resto con
autoridad de amo.
Mas el pecado de Adán echó a perder la
magnífica armonía entre cuerpo y alma y produjo en
el hombre ese desconcierto, del que dice san Pablo
en la carta a los Romanos:
-Condelector... legi Dei secundum interiorem
hominem; video autem aliam legem in membris meis,
repugnantem legi mentis meae, et captivantem me in
lege peccati, quae est in membris meis. Infelix
ego homo! Quis me liberavit de corpore mortis
hujus? (Me deleito en la ley de Dios según el
hombre interior, esto es, según la mente y la
razón iluminada por la gracia y fortificada por el
Espíritu del Señor, pero siento otra ley en mis
miembros, que repugna a la ley de mi mente y me
encadena a la ley del pecado que está en mis
miembros. íDesdichado de mí! >>Quién me librará de
este cuerpo de muerte? (VII-22).
San Agustín explica esta rebelión: Haec est
enim poena inobedienti homini in semetipso, ut ei
vicissim non obediatur neque in semetipso (Esta es
la pena para el hombre desobediente en sí mismo,
que en desquite no se obedezca ni a sí mismo).
Pero el alma debe volver a tomar su dominio y
el cuerpo ser esclavo. Si le deja libre,
abandonado a la intemperie y a los otros vicios,
convierte al hombre en un jumento que ni siente,
ni gusta ya las cosas de Dios, sino que sólo sigue
sus torpes apetitos: Homo cum in honore esset non
intellexit; comparatus est jumentis insipientibus
et similis factus est illis (El hombre, aun puesto
en suma dignidad, no entiende; es semejante a los
animales, perecedero (Sal. XLVIII-21 ). Ni que
decir tiene lo nocivo de un estado semejante para
un eclesiástico, ya que él debería ser de buen
ejemplo para los demás.
Incrassatus est dilectus, et recalcitravit;
incrassatus, impinguatus, dilatatus, dereliquit
Deum factorem suum, et recessit a Deo salutari suo
(El amado se ha engordado y recalcitrado; cebado,
relleno, orondo, abandonó a Dios su Creador y se
alejó de Dios (Deut. XXXII-15).
Hay, por tanto, que domar a este jumento:
Cibaria et virga, et onus asino; panis et
disciplina, et opus servo (Heno, palo y carga al
asno; pan, látigo y trabajo al esclavo)
(**Es9.328**))
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