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Era, pues, Bonenti el tercero del sueño, que
debía morir en un lugar cercano. Muchos años
después nos decía de él don Esteban Bourlot que
había olvidado su nombre, pero que recordaba la
letra inicial, que era la B, y que pertenecía a la
clase de aprendices cerrajeros. Mas su
condiscípulo, monseñor Pascual Morganti, Arzobispo
de Rávena, recordó siempre el nombre, el pueblo,
el oficio, la figura y nos lo describió como un
joven bastante grueso, de carnes fofas, como las
de un hidrópico. El físico debió influir en su
natural, haciéndole apático y por lo mismo
indiferente también a las cosas del espíritu.
Apenas ingresó en el hospital, los médicos le
declararon deshauciado. Recibió los sacramentos
con indiferencia, sin estar persuadido del peligro
que corría. Pero don Bosco, que le había dado en
los meses anteriores consejos saludables, fue
avisado enseguida y, siguiendo el mandato recibido
en el sueño, se acercó a su cama, le animó, le
conmovió, le preparó y hasta le confesó.
Al día siguiente por la mañana fue de nuevo a
verle. Estaba ((**It9.352**)) triste,
y don Bosco se acercó a la cama para consolarlo.
El joven lloraba.
->>Por qué lloras?, le preguntó.
Y él respondió:
-Si hubiera muerto esta noche, estaba seguro de
ir al cielo; me había confesado bien, había
recibido la absolución y la bendición papal...
Ahora, en cambio, puedo cometer otros pecados.
Y lloraba.
Don Bosco le calmó, le sugirió las invocaciones
de costumbre a Jesús, María, y José y, viendo que
casi estaba agonizando, de nuevo le administró la
absolución. El pobrecito moría a la una y media
del 22 de septiembre.
Era huérfano de padre y madre, y nadie fue a
visitarlo. Las circunstancias del sueño se habían
cumplido.
Entre tanto empezaba la segunda tanda de
ejercicios en Trofarello el 21 de septiembre. Don
Bosco predicó las instrucciones, pero sólo tenemos
el recuerdo de dos de ellas. Trató en una de la
mortificación de los sentidos; y con la otra cerró
los ejercicios el día 26.
I
Tenemos todos un gran enemigo, que no nos
abandona ni de día ni de noche; este gran enemigo
es nuestro cuerpo. Hemos de combatirlo, si no
queremos que se rebele contra el espíritu; debemos
mortificarlo para que se someta a éste. Nuestro
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