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((**Es9.327**) Era, pues, Bonenti el tercero del sueño, que debía morir en un lugar cercano. Muchos años después nos decía de él don Esteban Bourlot que había olvidado su nombre, pero que recordaba la letra inicial, que era la B, y que pertenecía a la clase de aprendices cerrajeros. Mas su condiscípulo, monseñor Pascual Morganti, Arzobispo de Rávena, recordó siempre el nombre, el pueblo, el oficio, la figura y nos lo describió como un joven bastante grueso, de carnes fofas, como las de un hidrópico. El físico debió influir en su natural, haciéndole apático y por lo mismo indiferente también a las cosas del espíritu. Apenas ingresó en el hospital, los médicos le declararon deshauciado. Recibió los sacramentos con indiferencia, sin estar persuadido del peligro que corría. Pero don Bosco, que le había dado en los meses anteriores consejos saludables, fue avisado enseguida y, siguiendo el mandato recibido en el sueño, se acercó a su cama, le animó, le conmovió, le preparó y hasta le confesó. Al día siguiente por la mañana fue de nuevo a verle. Estaba ((**It9.352**)) triste, y don Bosco se acercó a la cama para consolarlo. El joven lloraba. ->>Por qué lloras?, le preguntó. Y él respondió: -Si hubiera muerto esta noche, estaba seguro de ir al cielo; me había confesado bien, había recibido la absolución y la bendición papal... Ahora, en cambio, puedo cometer otros pecados. Y lloraba. Don Bosco le calmó, le sugirió las invocaciones de costumbre a Jesús, María, y José y, viendo que casi estaba agonizando, de nuevo le administró la absolución. El pobrecito moría a la una y media del 22 de septiembre. Era huérfano de padre y madre, y nadie fue a visitarlo. Las circunstancias del sueño se habían cumplido. Entre tanto empezaba la segunda tanda de ejercicios en Trofarello el 21 de septiembre. Don Bosco predicó las instrucciones, pero sólo tenemos el recuerdo de dos de ellas. Trató en una de la mortificación de los sentidos; y con la otra cerró los ejercicios el día 26. I Tenemos todos un gran enemigo, que no nos abandona ni de día ni de noche; este gran enemigo es nuestro cuerpo. Hemos de combatirlo, si no queremos que se rebele contra el espíritu; debemos mortificarlo para que se someta a éste. Nuestro (**Es9.327**))
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