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(Médico, cúrate a ti mismo). Quita la viga de tus
ojos, antes de quitar la pajita de los ojos de los
demás.
>>Cómo podría un predicador recomendar a los
demás la confesión frecuente, si antes no la
practica él? Y así por el estilo.
Es, además, indispensable el conocimiento de
cuanto se requiere para el cumplimiento del propio
deber. Por ejemplo, del mismo modo que necesitan
conocer las ciencias de la escuela los que deben
dar clase, así también deben instruirse en las
ciencias sagradas aquellos a quienes se les
encomienda el sagrado ministerio de la
predicación: el Dogma, la Moral, la Hermenéutica,
la Ascética, la Historia Eclesiástica...
No nos cansemos de cumplir todos nuestros
deberes. Los que se consagran por entero a la
salvación de las almas, tendrán en el cielo el
premio que obtuvieron ya los apóstoles, a los que
Jesús había dicho: <>.
Recordad que todos los que salvan una alma,
aseguran la salvación de la propia.
A los que no son sacerdotes les digo: <>De qué modo? Orando por la conversión
de los pobres pecadores, cumpliendo ejemplarmente
las propias ((**It9.348**))
obligaciones, asistiendo bien en el patio y en la
iglesia, usando caridad con quien la necesita,
perdonando las ofensas. íCuánto bien pueden hacer
todos! íCuántas almas se puede salvar con el buen
ejemplo!>>.
V
Advertencias. -Procurad sacar fruto de estos
santos ejercicios aceptando siempre todas las
correcciones, todos los avisos que os den los
superiores, los iguales o los inferiores, para
ejercitar así la virtud de la paciencia y de la
resignación.
Poneos todos en manos de la Virgen, para
conservar siempre la hermosa virtud de la
modestia...
Encomendaos a san Luis, para que podáis
imitarle en el respeto y confianza con los
Superiores, en la paciencia y amor a los demás, y
en todas sus virtudes.
El sábado de témporas, 19 de septiembre,
terminó la primera tanda de ejercicios
espirituales. Aquella mañana hizo los votos
perpetuos don Pablo Albera, que ya había renovado
los trienales el 11 de enero de 1866, y los
clérigos Luis Lasagna y José Bologna hicieron los
trienales.
El Arzobispo confirió órdenes sagradas en la
capilla del palacio episcopal, a las que se
presentó el diácono Santiago Costamagna, para
recibir el presbiterado. Después de la función de
los recién ordenados, lo mismo del seminario que
de otros institutos, esperaban para besar la mano
al señor Arzobispo. Cuando le tocó la vez a don
Santiago Costamagna, el Prelado, a modo de
caricia, le dio un pequeño cachete, diciéndo le:
-íHe aquí uno de los que no quieren reconocer a
su Arzobispo!
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