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sacerdotal? Tiene que ser un ángel, es decir, un
hombre ((**It9.344**))
celestial: debe poseer todas las virtudes
requeridas en este estado y sobre todo mucha
caridad, mucha humildad y mucha castidad.
El sacerdote es luz del mundo y sal de la
tierra. Los labios del sacerdote deben guardar la
ciencia y, por consiguiente, su principal
obligación es la de dedicarse a los estudios
sacros.
Examinémonos y veamos si poseemos las virtudes
necesarias para ser buenos sacerdotes y, si
todavía no las poseemos, armémonos al menos de
valor para adquirirlas y practicarlas.
Apartemos al mismo tiempo de nosotros todo
interés particular o deseo no conforme con la
voluntad de Dios, porque es el Señor quien debe
elegirnos: Non vos me elegistis, sed ego elegi vos
(No me elegisteis vosotros; yo os elegí).
El sacerdote ha de tener fe y caridad
ardentísimas; las cuales, sin embargo, a veces no
se encuentran en algún que otro clérigo, por no
decir en un sacerdote; y, en cambio, aparecen
llenas de vida en un campesino, en un barrendero,
en un criado; se hallan en un alumno, y el maestro
que las enseña y las debería poseer en grado mucho
mayor, a veces está privado de ellas.
íLa fuerza del buen ejemplo! Recordemos que el
sacerdote no va nunca solo al infierno ni al
paraíso; va siempre acompañado.
III
Hay dos clases de sacerdotes: los del clero
secular y los del regular. Los sacerdotes que
viven en el mundo necesitan haber adquirido una
gran perfección, antes de ser destinados al
gobierno de las almas. El estado religioso, es
decir el de los que viven alejados de las cosas
del mundo, es para los que aspiran a la
perfección. Los primeros deben ser más fuertes y
más perfectos que los otros, por las grandes
obligaciones que les incumben, por la
responsabilidad de centenares y millares de almas,
y por los grandes peligros en que se encuentran.
Andan preocupados con las atenciones
materiales, la propia familia y muchas otras
molestias que les hacen más pesado el ejercicio
del sagrado ministerio. Además, para tener
libertad de voluntad, aun cuando hagan lo posible
por llevar una vida mortificada, de auténtico
sacerdote, resulta que, a veces, se presenta un
amigo que no les deja estudiar o hacer la visita
al Santísimo Sacramento; otras les invitan a un
banquete, al que no pueden renunciar, y les rompen
las ocupaciones de toda una jornada; en ocasiones,
hay litigios molestos para defender los derechos
de la parroquia, o luchas de partidos diversos,
que les perturban y roban la paz.
Y los que no son perfectos, cuántas veces se
ganan el desprecio y son la ignominia de todos: se
hallan expuestos en todo momento a perder la
virtud de la castidad, apegan su corazón a los
bienes de este mundo, ahorran para sí mismos y
para sus parientes, buscan sus intereses y
descuidan los de las almas.
El religioso, en cambio, con menos virtud que
un sacerdote secular ((**It9.345**)) si es
fiel a la Regla, recorre con más seguridad su
camino libre de graves obstáculos. El Superior le
asigna ocupaciones adaptadas a su carácter, a sus
limitaciones, a sus fuerzas intelectuales y
físicas, porque sabe quid valeant humeri, quidve
ferre recusent (hasta donde llegan sus fuerzas,
qué es lo que no pueden llevar). Las mismas
paredes de la casa son una gran defensa contra las
asechanzas del mundo...
El que vive en la Congregación rompe las luchas
externas que debería sostener con sus parientes y
amigos, con los bienes temporales; las internas
son la soberbia,
(**Es9.320**))
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