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En efecto, desde el momento en que don Bosco le
bendijo, el enfermo empezó a mejorar y unos días
después, contra toda esperanza, estaba fuera de
peligro. Fue llevado a respirar aires puros en
Trofarello y, al cabo de dos meses, estaba
perfectamente restablecido y libre, además, de los
dolores de cabeza que antes le atormentaban tanto
y con tanta frecuencia.
Otra profecía antigua aseguraba a don Miguel
Rúa que su vida duraría al menos treinta y cinco
años. El mismo lo atestiguaba.
<((**It9.323**)) y le
hacía de amanuense. Algún mes después de las
fiestas, volvíamos un día de la quinta de nuestro
excelente amigo, el profesor don Mateo Picco,
adonde solía don Bosco retirarse todos los años
unos días para revisar en la quietud del campo sus
publicaciones, aprovechando los amplios
conocimientos literarios, históricos y científicos
del excelente profesor. Al llegar al poblado, que
se llamaba San Albino y San Evasio, poco distante
de la Gran Madre de Dios, cayó la conversación
sobre las fiestas centenarias de Turín y la
aceptación y gran difusión de su opúsculo. Don
Bosco lanzó su pensamiento hacia el futuro y me
dijo:
-Cuando el 1903 se celebre el cincuentenario,
yo ya no existiré pero tú vivirás todavía: desde
ahora te encargo que vuelvas a editarlo.
<<-Con mucho gusto, contesté, aceptando tan
agradable encargo;
pero >>y si la muerte me gastara alguna broma y me
sacase de este mundo antes de la fecha?
>>-Tranquilo, tranquilo; la muerte no te hará
ninguna broma y tú podrás cumplir el encargo que
ahora te hago.
>>Como le oí hablar con tanta seguridad, desde
entonces puse a parte un ejemplar de aquel
opúsculo, para publicarlo cuando hubiera que hacer
la edición en 1903>>.
Y la hizo, poniendo como prólogo una
declaración como la expuesta y en la que, además,
hacía referencia a su enfermedad y curación en
1868.
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