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Pero hay otro motivo que me mueve a escribirle
y es pedirle benigna indulgencia por la falta de
atenciones a que nos vimos obligados por las
condiciones de nuestra casa. Dígnese cubrir con un
velo todo ello y recuerde solamente la gran
satisfacción que nos ha dado y nuestra buena
voluntad de presentarle con nuestra actuación las
más profundas muestras de aprecio y gratitud.
Bondadosamente me aseguró al marchar que se
interesaría por esta casa y he aquí una ocasión en
la que verdaderamente necesito de usted.
El abate Soleri es un insigne bienhechor de
esta casa y hace poco nos hizo un importante
donativo en circunstancias excepcionales. Quisiera
él algún título honorífico del Padre Santo,
canónigo, protonotario, camarero o algo así, y que
yo no sé, como signo de benevolencia de la Santa
Sede. Es un buen eclesiástico, como puede verse
por la carta de presentación del Arzobispo; es
rico y generoso. Disponga V. E.
Esperamos la indulgencia plenaria que nos
prometiera. Dios le bendiga. Denos su santa
bendición y créame con todo mi aprecio de V. E.
Turín, 27 de septiembre de 1868.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
El día 28 de julio, no sin antes pedir permiso
a sus ilustres huéspedes, por compromisos
anteriormente contraídos, salió de nuevo fuera de
la ciudad para dos días, tal vez a Borgo
Cornalense. Durante esta breve ausencia, el 29 de
julio, cayó gravemente enfermo de peritonitis
aguda don Miguel Rúa. Llevaba ya unos meses con
dolencias ocasionadas por el excesivo trabajo que
le proporcionaban la ((**It9.321**))
dirección interna del Oratorio, el despacho de los
asuntos materiales y su extrema y habitual
debilidad por el insuficiente descanso de sólo
cuatro horas de sueño.
Piadosísimo como era, pidió inmediatamente los
auxilios de la religión, y se le llevó el santo
Viático. Acudieron los médicos y lo desahuciaron.
El doctor Fissore, que fue el primero en
visitarle, afirmó, más tarde, que su enfermedad
era de las que apenas uno o dos enfermos sobre
ciento suelen curar.
Es de imaginar la ansiedad de todos los de
casa. Se mandó llamar a don Bosco, el cual llegó
al anochecer. Apenas puso los pies en el umbral de
la portería, superiores y alumnos del Oratorio
acudieron más deprisa y en mayor número que de
costumbre a rodearle y hablarle de la enfermedad
de don Miguel Rúa y su gravedad. Todos le rogaban
que fuera enseguida a visitarle para darle la
bendición de María Auxiliadora.
-íDeprisa! repetían; ívaya a verlo porque puede
faltar de un momento a otro!
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