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La mayorcita, próxima a los catorce años de edad,
había perdido casi instantáneamente la vista y
apenas distinguía el día de la noche. La otra, con
una inflamación crónica de los ojos, tenía que
sostener los párpados cerrados porque no podía
sufrir la luz. Don Bosco les aconsejó una novena a
María Auxiliadora, consistente en rezar tres
padrenuestros, avemarías y glorias y una salve
cada día, encargó al joven José que acompañara a
su madre y a las dos hermanas en estas plegarias y
acabó dándoles la bendición pedida. La primera
hermana curó del todo instantáneamente y nunca más
tuvo molestias en los ojos; la segunda no cambió
hasta el último día de la novena: aquel día,
apenas terminó las oraciones prescritas, le
desapareció la inflamación y recuperó totalmente
la vista. No le quedó más que una manchita en los
ojos, casi como un recuerdo del antiguo mal.
El hermano, testigo de tales prodigios, se
aferró más a las palabras del Siervo de Dios, en
la persuasión de que había tenido luces especiales
sobre su vocación.
El 1.° de octubre de aquel año entraba en el
Oratorio y ya veremos la importante misión que el
Señor le reservaba en Francia.
El mismo Ronchail nos expuso también esta
narración.
El 27 de julio, dice la crónica, don Bosco
dejaba Fenestrelle. Al caer de la tarde se
presentaron en el Oratorio dos sacerdotes
desconocidos que querían hablar con el Siervo de
Dios. Como aún no había vuelto a casa, le
esperaron hasta la noche, sin querer decir su
nombre. Cuando don Bosco llegó les tributó mil
agasajos.
-Soy monseñor Ricci, díjole uno, Maestro de
Cámara de Su Santidad.
El otro era el padre Guglielmotti, dominico,
famoso historiador de la Marina Pontificia.
Aceptaron satisfechos la hospitalidad que don
Bosco les ofrecía y al día siguiente, después de
visitar la casa, acompañados por don Celestino
Durando fueron al colegio de Lanzo. El ((**It9.320**)) día 29
por la mañana marcharon hacia Roma. Parece que
llevaban alguna misión especial. Esta visita
prestó ocasión a don Bosco para escribir una carta
a aquel Monseñor, ya que un encargo dado al
caballero Oreglia no había sido cumplido.
A S. E. Rvma. Monseñor Francisco Ricci, Maestro
de Cámara de Su Santidad -Roma.
Excelencia Rvma.:
Cumplo un poco tarde con mi deber de agradecer
a V. E. Rvma. la bondad que tuvo al venir a
hospedarse en nuestra pobre casa. Guardaremos de
ello el más caro y grato recuerdo.
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