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salvo con ellos; pero pronto los perdí de vista.
Relámpagos y truenos se sucedían sin cesar.
Parecía que de un momento a otro seríamos víctimas
del rayo.
Cayó después una lluvia torrencial y
violentísima. Jamás había presenciado tan recio
temporal. Yo daba vueltas por el jardín buscando a
mis muchachos y un lugar donde guarecerme, pero no
encontraba ni a los unos ni a los otros. Toda
aquella región aparecía desierta. Busqué la puerta
para salir, y a pesar de mis prisas no la
encontraba; al contrario, cada vez me alejaba más
de ella. Al fin cayó una granizada tan espantosa
que en mi vida había visto granizo de semejante
grosor. Algunos granos que me cayeron sobre la
cabeza, lo hicieron con tal violencia que me
desperté, y me encontré en el lecho. Os aseguro
que me hallaba más falto de fuerzas, que cuando me
retiré a descansar.
Todas estas cosas las vi, como os he dicho, en
sueño, y no os las cuento para que las creáis
realidades, sino para que saquéis de ellas algún
provecho si es posible. Consideremos como sueño lo
que no nos interesa, pero aceptemos como
realidades lo que nos puede servir de alguna
utilidad, tanto más que podemos asegurar que así
como sucedieron ciertas cosas que anunciamos en
otras ocasiones, al presente podría ocurrir lo
mismo. Aprovechémonos, pues; estemos preparados
para la muerte; recemos a la Santísima Virgen y
mantengamos el pecado alejado de nosotros.
Os dejo, por último como aguinaldo la siguiente
máxima: La confesión y la comunión frecuente y
devota, son un gran medio para salvar el alma.
íBuenas noches!
Don Bosco narró este sueño en dos noches
consecutivas. El texto del relato que acabamos de
dar procede de la crónica particular del
estudiante de teología Esteban Bourlot, que dejó
copia del mismo firmada por él con fecha del 29 de
enero de 1868.
Y escribió al pie de la página: <>
((**It9.18**)) Para
demostrar la importancia de este testimonio y el
valor de la capacidad mental del mismo, diremos
que Esteban Bourlot, ordenado sacerdote, fue
enviado por don Bosco como misionero a América,
donde le fue confiada la inmensa y turbulenta
parroquia de la Boca, en Buenos Aires, a la sazón
guarida de las sectas anticristianas. Y él, con su
actividad, su firmeza de carácter, su palabra
franca y leal, animada siempre por la fe, y su
ardiente caridad, sometió a las más rebeldes
voluntades. Logró reformar la población; fue amado
por los buenos y temido por los adversarios
especialmente cuando con su periódico Cristóbal
Colón se hizo el árbitro de la opinión pública en
la Boca, donde levantó un grandioso templo, un
colegio para niños, otro para niñas, y estableció
Oratorios festivos, asociaciones católicas de
socorros mutuos y la sociedad de las Conferencias
de San Vicente de Paúl.(**Es9.29**))
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