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Don Bosco se conmovió ante sus lágrimas, les
dió unas saludables instrucciones, les prometió
que rezaría, los bendijo y les aseguró la gracia.
Tuvieron, en efecto, un segundo hijo. Esta vez no
se tomaron la molestia de ir al Oratorio y
olvidaron del todo a los muchachos de Valdocco.
Don Bosco esperó más de un año y después volvió
a visitarlos. Le recibieron un poco avergonzados
y, cuando comenzó a decir que con la ((**It9.299**)) Virgen
no se juega, declararon que las malas cosechas,
los ingentes impuestos, los gastos extraordinarios
y algunas pérdidas sufridas habían disminuido sus
entradas; por consiguiente, no podían dar nada.
Don Bosco salió convencido de que no quedaría
sin castigo tan vergonzosa avaricia. Y he aquí que
el niño se puso malo. Corrieron a llamar a don
Bosco, pero él no quiso volver a aquella casa. El
niño murió y la colosal herencia pasó a quienes
los padres no hubieran querido dejarla.
Don Bosco acostumbraba a repetir que la
generosidad y el desinterés de los pobres
generalmente es tal, que les obtiene las gracias
más llamativas, mientras se requieren esfuerzos
extraordinarios para inducir a ciertos ricos a un
sacrificio notable.
El 28 de junio, domingo, se celebró la fiesta
de san Luis Gonzaga, con misa solemne, panegírico,
procesión y fuegos artificiales.
Aquella noche, víspera de la solemnidad de los
santos apóstoles Pedro y Pablo y de la fiesta
onomástica de S. E. monseñor Pedro Rota, los
alumnos del Oratorio quisieron demostrarle, lo
mejor que ellos podían, la gratitud que le
profesaban. Y hubo música vocal e instrumental,
poesías, iluminación y fuertes y repetidos vítores
espontáneos y cordiales.
Un poeta recordó cómo Monseñor había estado
otra vez en el Oratorio, donde tanto había
trabajado por el bien de los alumnos, y lo alabó
por haber vuelto superando muchos inconvenientes.
Después dirigió sus versos a una golondrina, que
sólo él vio y oyó. Monseñor, como era de esperar,
lo agradeció y el poema fue impreso para que los
trinos y el charloteo de la golondrina fantástica
llegasen desde el recinto del Oratorio hasta
Guastalla y se oyera allí el eco del cordialísimo
reconocimiento que los hijos de don Bosco
profesaban al ángel de aquella afortunada
diócesis.
El día 29 fue solemnísimo en honor de los
Príncipes de los Apóstoles. El altar de la
izquierda del crucero en la nueva iglesia,
dedicado a san Pedro, estaba cubierto de antorchas
y ((**It9.300**)) flores.
El cuadro, con un gran marco dorado, y con las
llaves y la tiara papal
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