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que se le concediera aquel capricho, ya que,
contradecirla podría ocasionarle mayor daño.
Entonces los empleados tomaron la cama y, a través
de las espaciosas habitaciones, la llevaron al
salón, donde tenía acumuladas muchas preciosas
curiosidades. Había en medio una mesa, cubierta
con un tapiz persa. Quiso la señora que colocaran
su cama junto a ella, agarró con su mano el borde
del tapete. Lo tocaba, lo palpaba, lo miraba y
exclamaba de cuando en cuando:
-íQué bonito! >>...Y es la última vez que lo
veo? >>Sabe lo que me costó, don Bosco? Cuarenta
mil liras... íY ya no será mío!
Y se volvía de una a otra parte de la magnífica
estancia, como para dar el adiós a todo. íPoco
después, exhalaba el último suspiro en aquel mismo
salón!
íQué difícil les es a los ricos despegar el
corazón de las cosas ((**It9.298**)) de esta
tierra, y qué doloroso es este desasimiento,
cuando llega la muerte a arrancarlos!
Narró después otro hecho que no hay que
confundirlo con uno semejante, que hemos narrado
anteriormente. Respondemos de ello por haberlo
oído de labios del mismo don Bosco.
Habitaban en Turín, marido y mujer, con una
fortuna de muchos millones. Después de casi
veinticinco años de matrimonio, no habían tenido
ningún hijo. Angustiados por verse obligados a
dejar la herencia a personas ajenas a la familia,
habían pedido, en vano, al Señor aquella gracia
con plegarias y peregrinaciones. Presentáronse
finalmente a don Bosco, rogándole les diera la
bendición y prometiendo que, si fueren escuchados,
entregarían al Oratorio y a la iglesia una
cantidad respetable. Don Bosco les animó a tener
como concedida la gracia y, en efecto, les nació
un niño robusto y sano, que era una delicia
contemplar. Fueron a visitar a don Bosco, se
deshicieron en agradecimientos, pero no dijeron
nada acerca del cumplimiento de la promesa. Don
Bosco no dejó de recordársela más tarde, pero
aquellos señores se excusaron de la obligación,
aduciendo pretextos.
-Yo no tengo nada que ver con eso, concluyó don
Bosco; su ingratitud recibirá digna recompensa.
Tengan en cuenta que quien les dio el hijo, se lo
podrá quitar.
En efecto, al cabo de unos meses, el niño
moría, víctima de misteriosa enfermedad.
Los padres, deshechos por el dolor, estuvieron
casi un año sin ver a don Bosco, pero finalmente
volvieron a él: confesaron su culpa, suplicaron
una nueva bendición y renovaron las promesas.
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