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((**Es9.281**) que se le concediera aquel capricho, ya que, contradecirla podría ocasionarle mayor daño. Entonces los empleados tomaron la cama y, a través de las espaciosas habitaciones, la llevaron al salón, donde tenía acumuladas muchas preciosas curiosidades. Había en medio una mesa, cubierta con un tapiz persa. Quiso la señora que colocaran su cama junto a ella, agarró con su mano el borde del tapete. Lo tocaba, lo palpaba, lo miraba y exclamaba de cuando en cuando: -íQué bonito! >>...Y es la última vez que lo veo? >>Sabe lo que me costó, don Bosco? Cuarenta mil liras... íY ya no será mío! Y se volvía de una a otra parte de la magnífica estancia, como para dar el adiós a todo. íPoco después, exhalaba el último suspiro en aquel mismo salón! íQué difícil les es a los ricos despegar el corazón de las cosas ((**It9.298**)) de esta tierra, y qué doloroso es este desasimiento, cuando llega la muerte a arrancarlos! Narró después otro hecho que no hay que confundirlo con uno semejante, que hemos narrado anteriormente. Respondemos de ello por haberlo oído de labios del mismo don Bosco. Habitaban en Turín, marido y mujer, con una fortuna de muchos millones. Después de casi veinticinco años de matrimonio, no habían tenido ningún hijo. Angustiados por verse obligados a dejar la herencia a personas ajenas a la familia, habían pedido, en vano, al Señor aquella gracia con plegarias y peregrinaciones. Presentáronse finalmente a don Bosco, rogándole les diera la bendición y prometiendo que, si fueren escuchados, entregarían al Oratorio y a la iglesia una cantidad respetable. Don Bosco les animó a tener como concedida la gracia y, en efecto, les nació un niño robusto y sano, que era una delicia contemplar. Fueron a visitar a don Bosco, se deshicieron en agradecimientos, pero no dijeron nada acerca del cumplimiento de la promesa. Don Bosco no dejó de recordársela más tarde, pero aquellos señores se excusaron de la obligación, aduciendo pretextos. -Yo no tengo nada que ver con eso, concluyó don Bosco; su ingratitud recibirá digna recompensa. Tengan en cuenta que quien les dio el hijo, se lo podrá quitar. En efecto, al cabo de unos meses, el niño moría, víctima de misteriosa enfermedad. Los padres, deshechos por el dolor, estuvieron casi un año sin ver a don Bosco, pero finalmente volvieron a él: confesaron su culpa, suplicaron una nueva bendición y renovaron las promesas. (**Es9.281**))
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