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((**Es9.273**) Llevado de su ardiente amor a María Santísima, no ahorró cuidados, fatigas y sudores, particularmente la víspera. María Auxiliadora, agradecida a su fervorosa devoción y obsequio, le otorgó muy pronto el premio. Pero antes, le quiso someter a una prueba que, soportada con resignación, ganó ciertamente muchos méritos al buen sacerdote. Aquella noche se acostó y dejó abierta la ventana de la habitación. Sopló un viento frío, cayó un fuerte chubasco; y él, profundamente dormido, no se dio cuenta de nada; pero, se despertó por la mañana oprimido por un mal al pecho; le costaba respirar, y él, que tanto había trabajado para el éxito de las fiestas, el 9 de junio no pudo levantarse de la cama. Continuó enfermo los días siguientes. Atendido diligentemente por varios doctores y sobre todo por el médico del Oratorio, el doctor Gribaudi, velado con gran caridad por los hermanos, estuvo fluctuando, unos ratos mejor, otros peor, hasta el miércoles, 10 de junio. El virtuoso sacerdote, deseoso de poder celebrar los divinos misterios al menos una vez en la nueva iglesia, suplicó a la Santísima Virgen con fervorosas instancias que le obtuviera la gracia. Fue escuchado. ((**It9.289**)) El domingo dentro de la octava se encontró tan mejorado, que pudo, con la debida preparación, subir al altar y celebrar la santa misa con inmensa satisfacción de corazón. Después de la misa dijo a uno de sus amigos que estaba tan contento que ya podía entonar el Nunc dimittis. Y así fue, puesto que, viendo que le faltaban las fuerzas, volvió a la cama para no levantarse más. El miércoles siguiente por la mañana, pareció que mejoraba pero, después del mediodía, terminadas todas las solemnidades, hacia las tres, empezó a empeorar. Una hora más tarde, José Bongiovanni, confortado con los auxilios de la religión, asistido por su amado director, don Bosco, rodeado de sus mejores amigos y hermanos, entregó su hermosa alma al Señor marchando, como firmemente se espera, a ver cómo se festeja en el cielo a la que formaba el objeto de su más tierna devoción. 1 Don José Bongiovanni no era el tercero del sueño; su muerte fue envidiable. Se había terminado el octavario, del que se dijo había sido un triunfo para la Iglesia Católica. Semejantes fueron después todas las fiestas anuales de María Auxiliadora. Este triunfo estaba preparado también por un número infinito de gracias portentosas, espirituales y temporales, concedidas continuamente por la Virgen, que el pueblo 1 Véase también la Vida de Domingo Savio, escrita por don Bosco, Cap. XVII, en la nota. (**Es9.273**))
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