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Llevado de su ardiente amor a María Santísima,
no ahorró cuidados, fatigas y sudores,
particularmente la víspera. María Auxiliadora,
agradecida a su fervorosa devoción y obsequio, le
otorgó muy pronto el premio. Pero antes, le quiso
someter a una prueba que, soportada con
resignación, ganó ciertamente muchos méritos al
buen sacerdote. Aquella noche se acostó y dejó
abierta la ventana de la habitación. Sopló un
viento frío, cayó un fuerte chubasco; y él,
profundamente dormido, no se dio cuenta de nada;
pero, se despertó por la mañana oprimido por un
mal al pecho; le costaba respirar, y él, que tanto
había trabajado para el éxito de las fiestas, el 9
de junio no pudo levantarse de la cama. Continuó
enfermo los días siguientes. Atendido
diligentemente por varios doctores y sobre todo
por el médico del Oratorio, el doctor Gribaudi,
velado con gran caridad por los hermanos, estuvo
fluctuando, unos ratos mejor, otros peor, hasta el
miércoles, 10 de junio. El virtuoso sacerdote,
deseoso de poder celebrar los divinos misterios al
menos una vez en la nueva iglesia, suplicó a la
Santísima Virgen con fervorosas instancias que le
obtuviera la gracia. Fue escuchado.
((**It9.289**)) El
domingo dentro de la octava se encontró tan
mejorado, que pudo, con la debida preparación,
subir al altar y celebrar la santa misa con
inmensa satisfacción de corazón. Después de la
misa dijo a uno de sus amigos que estaba tan
contento que ya podía entonar el Nunc dimittis. Y
así fue, puesto que, viendo que le faltaban las
fuerzas, volvió a la cama para no levantarse más.
El miércoles siguiente por la mañana, pareció que
mejoraba pero, después del mediodía, terminadas
todas las solemnidades, hacia las tres, empezó a
empeorar. Una hora más tarde, José Bongiovanni,
confortado con los auxilios de la religión,
asistido por su amado director, don Bosco, rodeado
de sus mejores amigos y hermanos, entregó su
hermosa alma al Señor marchando, como firmemente
se espera, a ver cómo se festeja en el cielo a la
que formaba el objeto de su más tierna devoción. 1
Don José Bongiovanni no era el tercero del
sueño; su muerte fue envidiable.
Se había terminado el octavario, del que se
dijo había sido un triunfo para la Iglesia
Católica. Semejantes fueron después todas las
fiestas anuales de María Auxiliadora. Este triunfo
estaba preparado también por un número infinito de
gracias portentosas, espirituales y temporales,
concedidas continuamente por la Virgen, que el
pueblo
1 Véase también la Vida de Domingo Savio,
escrita por don Bosco, Cap. XVII, en la nota.
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