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A las seis, pontificó en las vísperas solemnes
monseñor Galletti, asistido por los presbíteros de
la mañana a los que se sumó el teólogo Gaudi,
Canciller del Arzobispado. También estaba presente
el canónigo Vogliotti, provicario general. Debía
haber asistido el canónigo Zappata, vicario
general, mas no pudo, impedido por motivos de
salud, como se dignó comunicar expresamente por
medio de una carta.
Monseñor Ghilardi predicó su último sermón.
Demostró en él cómo la Iglesia Católica es un
verdadero paraíso en la tierra, por la presencia
real de Cristo en la sagrada eucaristía, que basta
ella solamente para colmarnos de gozo y de
delicias. Después, con maravillosa maestría,
desarrolló el pensamiento de que, recibiendo la
eucaristía, satisface el hombre plenamente los
tres deseos que suelen inquietar a los hombres, a
saber: riquezas, honores y placeres. ((**It9.285**)) Añadió
que nosotros no podemos ofrecer al Eterno Padre
ningún don mayor que el corazón de su Divino Hijo.
Después de cantar solemnemente el Tedéum, con
música del maestro Blanchi, monseñor Galletti
impartió la bendición con el Santísimo Sacramento
a la inmensa multitud.
Durante todo el octavario se celebraron cada
día, como ya hemos dicho, prácticas de piedad
especiales para impetrar las celestes bendiciones
sobre los beneméritos donantes a quienes Dios
llamó a mejor vida antes de que fuese abierta al
culto divino la nueva iglesia. Consistían éstas en
oraciones diversas, como el santo rosario, la
comunión general, y la aplicación del sacrificio
de la misa. Pero el 17 de junio, a las siete de la
mañana, se reunieron los alumnos de las casas de
Turín, Lanzo y Mirabello con muchos otros fieles
para un funeral a propósito.
Se recitaron oraciones especiales y el rosario
por los difuntos;
monseñor Galletti celebró la santa misa,
distribuyó la sagrada comunión a la multitud y
finalmente pronunció una plática apropiada.
En ella comenzó por señalar el deber de
gratitud con quienes nos han hecho algún bien.
<>.
Desarrolló después las palabras de Judas
Macabeo: Sancta ergo et salubris es cogitatio pro
defunctis exorare ut a peccatis solvantur (Santo y
saludable es el pensamiento de orar por los
difuntos, para que sean absueltos de sus pecados).
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