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sin movimientos groseros, contrarios a la
compostura cristiana. A continuación, montados en
el pasavolante, y armados de un florete, lograban
enfilar y llevarse los anillos que colgaban a
conveniente altura, cuando más rápido era el
movimiento. Finalmente se puso como blanco de sus
golpes una especie de globo de papel; la máquina
(el pasavolante) siguió girando y los floretes
rasgaron el blanco, de donde salió volando una
bandada de pajaritos. Así concluyó el espectáculo.
Don Bosco había contemplado todo desde la
barandilla del primer piso, sin decir palabra, ni
dar muestra de aprobación. Satisfecho de ver cómo
se divertían sus hijos, había querido hacer más
agradable su diversión con su presencia, pero su
mente andaba con otros cuidados.
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