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día vino a mí y me contó el doloroso estado de su
hijita. Yo pensé invitarla a ir hasta Turín y
dirigirse a la iglesia de María Auxiliadora.
Obedeció la piadosa mujer, y en pocos días se
cumplieron en ella los prodigios de la fe puesta
en María. Yo mismo vi a la joven (entonces mi
inquilina), que, loca de alegría, me tendió su
mano ya curada y, al mismo tiempo, juntamente con
sus padres, bendecía de corazón a la Santísima
Virgen y recordaba agradecida el nombre de María
Auxiliadora, a quien atribuía el señalado favor.
>>Como devoto de María y solamente para su
honor y gloria, acepté gustoso la cortés
invitación de escribir brevemente la presente
relación concerniente a la jovencita Carolina
Brusa, de Carignano. En el altar de María hay una
mano tallada en plata, como imperecedero recuerdo
de la gracia recibida>>.
Así lo manifiesta Domingo Fea, testigo ocular
del hecho de Carignano, en nombre de la familia y
de todo el vecindario.
A las cuatro de la tarde monseñor Galletti
pontificó en las vísperas y predicó monseñor
Gastaldi. Comenzó éste con las palabras de san
Bernardo: Totum nos (Deus) habere voluit per
Mariam (Dios quiso dárnoslo todo por medio de
María). Recordó algunos de los más célebres
monumentos que atestiguan la ininterrumpida serie
de gracias que en todo tiempo alcanzó María en las
diversas ((**It9.280**)) partes
del mundo para sus devotos; habló de Turín y de la
nueva iglesia, que de modo providencial pudo
construirse en tan corto espacio de tiempo.
No sabemos los miles de personas que oirían el
sermón; pero era mayor el número de los que
esperaban fuera, para poder entrar de alguna
manera en el sagrado recinto.
Ciertamente se debe atribuir a una especial
protección de la Virgen María que, en medio de
tanta gente, no hubiera que lamentar el más mínimo
desorden en la iglesia, ni fuera de ella. Todos
buscaban con paciencia satisfacer su propia
devoción y nada más.
Después de la plática, monseñor Galletti
impartió la bendición con el Santísimo Sacramento.
A las siete hubo festival gimnástico en el
patio, ante un público numerosísimo. Lo dirigían
Anfossi y Villanis. Además de los alumnos,
asistían muchos forasteros. Entraron primero en el
campo los muchachos de Lanzo y se colocaron en
fila divididos por compañías. Sus ejercicios
consistieron en variadísimas evoluciones. Era
admirable la perfecta y exacta obediencia a la voz
del que ordenaba los movimientos. Después de los
de Lanzo se presentaron los gimnastas del
Oratorio, que hicieron ejercicios acrobáticos, con
elegancia,
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