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Una señora de Milán le interrumpió diciendo:
-íAlabado sea Dios y bendita la Santísima
Virgen! Mi hijo sufría, hace años, una gangrena
atroz en una mano y se ha curado. Los médicos
tenían pocas esperanzas de curación, ni con la
amputación del brazo. Usted le bendijo, hicimos la
novena a María Auxiliadora y mírelo ahora. Aún se
ven las profundas cicatrices que certifican
((**It9.260**)) la
gravedad del caso, pero está perfectamente curado.
Conmigo han venido otras personas para manifestar
nuestro agradecimiento a la bienaventurada Virgen
María.
En aquel instante se armó cierto alboroto.
Querían hablar a la vez desde varios sitios, y don
Bosco sólo pudo recoger las afirmaciones de
algunos.
-Yo, decía uno que se llamaba Fea..., vengo de
Carignano para dar gracias por la inesperada
curación de mi madre.
Otra, Lucía Berruto, le interrumpió diciendo:
-Yo vengo de Chieri y traigo conmigo una
relación escrita con pequeñas limosnas de varias
personas, que agradecen a María Auxiliadora la
curación de los males que sufrían. Yo padecía una
peligrosa hinchazón en los pies, hice la novena a
María Auxiliadora y estoy perfectamente curada.
-Yo también, añadió otra joven, he venido de
Chieri por el mismo motivo. Me llamo Adelaida y me
he curado de agudos dolores de cabeza y de
estómago, que me pusieron al borde de la tumba;
viví quince días sin tomar más que agua. María
Auxiliadora me ha obtenido la curación.
Mientras sucedía todo esto, ocurrió un hecho
que interrumpió toda conversación. Una desdichada
joven, de unos veinte años, había sido conducida
hasta allí con la esperanza de que curara de una
parálisis, por la que tenía como muerto un brazo y
la mitad del cuerpo. Entre un hermano y su madre
la llevaron a una habitación cercana, donde, como
pudo, se arrodilló invocando entre lágrimas la
ayuda de la que la Iglesia proclama Auxilio de los
Cristianos. Rezaron unas oraciones los
circunstantes, don Bosco la bendijo y se renovaron
las plegarias. Mientras todos, llenos de fe,
pedían gracia y misericordia, la paralítica empezó
a mover la mano y después el brazo. De tal suerte
se conmovió que gritando: -íEstoy curada!- cayó
por tierra desvanecida. La madre y el hermano la
sostuvieron, la animaron y le ofrecieron una
bebida. La paralítica recobró el uso de los
sentidos y quedó perfectamente ((**It9.261**)) curada
del mal que desde hacía cuatro años la tenía
inmóvil. Resulta fácil imaginar las voces de
admiración y agradecimiento que se elevaban por
todas partes.
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