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Al mediodía ocurrió un hecho digno de contarse.
Llegó en una carroza un hombre de aspecto señorial
que pidio confesarse; después, muy conmovido y con
recogimiento ejemplar, se acercó a la sagrada
comunión. Terminada la oportuna acción de gracias,
fue a la sacristía y entregó una limosna diciendo:
-Rogad por mí y pregonad por todo el mundo las
maravillas del Señor por la intercesión de la
Santísima Virgen.
->>Puede saberse quién es usted y por qué ha
venido hasta aquí?
dijo don Bosco, que le escuchaba.
-Yo, respondió, vengo de Faenza; tenía un hijo
único, objeto de mis ilusiones. Cayó enfermo a los
cuatro años de edad, no había ninguna esperanza de
curación y lloraba por él sin consuelo, como si
estuviera muerto. Un amigo, para consolarme, me
sugirió que hiciera una novena a María Auxiliadora
de los Cristianos, con la promesa de entregar un
donativo para esta iglesia. Lo prometí y añadí que
vendría personalmente a cumplir mi promesa y
recibir aquí los santos sacramentos, si conseguía
la gracia. Dios me escuchó. A mitad de la novena
mi hijo estaba fuera de peligro y ahora goza de
óptima salud. El ((**It9.255**)) no será
ya mío, sino que siempre le llamaré hijo de María.
He viajado dos días: ahora que ya he cumplido mi
obligación, me vuelvo satisfecho y siempre
bendeciré a la madre misericordiosa María
Auxiliadora.
En aquel mismo momento llegó una señora con su
hija, de unos trece años.
-Aquí estoy, comenzó a decir; he venido para
cumplir mi obligación.
->>Quién es usted?, preguntóle don Bosco.
-Soy Teresa Gambone, madre de esta niña que se
llama Rosa.
->>De dónde viene?
-Venimos de Loggia de Carignano.
->>Por qué han venido aquí y por qué está tan
alegre su hija?
->>Es que ya no se acuerda? Hace poco tiempo la
trajimos aquí, casi totalmente ciega. Padecía una
enfermedad en los ojos hacía cuatro años. Los
médicos la daban por ciega y ella apenas si
distinguía la luz de las tinieblas. Usted la
bendijo, recitó las oraciones que usted sugirió en
honor de María durante el tiempo establecido, esto
es, desde Pascua hasta la Ascensión del Señor.
Aquel día mi Rosa quedó perfectamente curada.
Ahora hemos venido a dar gracias y entregar una
pequeña limosna. Somos pobres jornaleros del campo
y no podemos hacer más; pero conservaremos siempre
el recuerdo de esta gracia tan grande.
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