((**Es9.24**)
Suelen, en estos días, los padres dar el
aguinaldo a sus hijos; lo mismo hacen los amigos
recíprocamente. También yo acostumbro hacerlo
todos los años, dando en esta noche a mis queridos
muchachos un recuerdo que les sirva de aguinaldo
para el año próximo.
Estaba pensando desde hace algunos días qué
aguinaldo os daría, mis queridos hijos, y a pesar
de mis esfuerzos no encontraba un pensamiento a
propósito para ello. También la noche pasada,
estando ya acostado, pensaba una y otra vez en lo
que os debería decir como consejo saludable para
el 1868, pero no me fue posible concentrarme.
Cuando, después de un buen rato, agitado siempre
por la más viva preocupación me encontré como
semidormido, en un duermevela entre el sueño y la
vigilia.
Era un sueño que me permitía darme cuenta de lo
que hacía, oyendo lo que se me decía y
respondiendo a lo que se me preguntaba. O sea,
estaba en un estado muy parecido al sueño, pero
que no lo era.
Me parecía hallarme en mi habitación. Hice por
salir y, en lugar de la baranda, me encontré
delante de un hermoso jardín en el que había
innumerables rosales; el jardín estaba rodeado de
un muro y a la entrada del mismo se veía escrito
con caracteres cubitales el número 68.
Un portero me introdujo en aquel vergel y vi en
él a nuestros muchachos que se entretenían
alegremente, gritando y saltando. Muchos, al
verme, se apiñaron a mi alrededor hablando conmigo
de muchas cosas. Comenzamos a recorrer juntamente
el jardín y después de un breve trayecto a lo
largo del muro, vi a un lado a numerosos muchachos
agrupados cantando y rezando en compañía de
algunos sacerdotes y clérigos. Me acerqué más a
ellos; los miré y no los reconocí del todo; gran
parte me eran desconocidos; pude darme cuenta de
que cantaban el Miserere y otras preces de
difuntos. Acercándome más aún, le dije:
->>Qué hacéis aquí? >>Por qué rezáis el
Miserere? >>Cuál es la causa de vuestro luto? >>Se
ha muerto acaso alguno?
((**It9.12**)) -íOh! me
dijeron, >>usted no lo sabe?
-Yo no sé nada.
-Estamos rezando por el alma de un joven que
murió tal día y a tal hora.
-Pero, >>quién es?
->>Cómo?, replicaron: >>no sabe quién es?
-íNo, no!
->>Acaso no le hemos avisado? se dijeron
mutuamente.
Y después, dirigiéndose a mí:
-Pues bien, ha de saber que ha muerto fulano.
Y me dijeron el nombre.
-íCómo! >>Ha muerto ése?
-Sí; pero ha tenido una buena muerte; una
muerte envidiable. Recibió con gran satisfacción,
y edificación nuestra, los sacramentos. Resignado
a la voluntad de Dios, dio muestras de los más
vivos sentimientos de piedad. Ahora, al
acompañarlo a la sepultura, rezamos por su alma,
pero tenemos la esperanza de que esté ya en el
cielo y en él interceda por nosotros. Aún más:
estamos seguros de que se halla ya en el paraíso.
->>Tuvo, pues una buena muerte? íQue se cumpla
siempre la voluntad de Dios!Imitemos sus virtudes
y pidamos al Señor que nos conceda también a
nosotros la gracia de tener una santa
muerte.(**Es9.24**))
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