((**Es9.239**)
>>El momento en que los coros se unieron
armónicamente fue encantador. Las voces se
acordaron totalmente y el eco las enviaba por
todas direcciones de modo que el oyente se sentía
envuelto en un mar de voces sin que pudiera
discernir cómo y de dónde procedían. Un respetable
personaje, conmovido ante aquel mágico efecto,
exclamó:
>>-Verdaderamente me parece encontrarme en el
Vaticano.
>>Otro hiperbólicamente dijo:
>>-Solamente en el paraíso puede haber un canto
más hermoso>>.
El canónigo Juan Anfossi estaba junto a don
Bosco, detrás del altar mayor, mientras se
ejecutaba la antífona. No recordaba haberlo visto
jamás moverse o decir una palabra en la iglesia,
durante la oración, pero esta vez, de rodillas y
mirándole con los ojos húmedos por las lágrimas,
hijas de la alegría:
-Querido Anfossi, le dijo en voz baja: >>no te
parece estar en el paraíso?
Después de la antífona subió el Obispo de
Casale al púlpito de la nueva iglesia y habló
elocuentemente de la majestad del culto externo,
no en atención a Dios, sino en atención a los
hombres.
Hacia el final pronunció con todo énfasis estas
palabras:
<((**It9.249**)) mole,
también ahora, cuando ya está solemnemente
dedicada a vuestro honor, haréis resplandecer en
ella más que nunca vuestra clemencia; tomaréis,
aún más, bajo vuestra protección a vuestro
piadosísimo Siervo, que inspirado por Vos se
aprestó a la gran empresa de edificar esta iglesia
sin ahorrar cuidados y fatigas, hasta verla
terminada con grandísima alegría suya; asistiréis
con maternal ternura a los numerosos jóvenes que,
recogidos por vuestro mismo siervo con sentimiento
de caridad en colegios, seminarios y oratorios,
sabiamente dirigidos por él mismo, se dedican a
los estudios, a las artes y a las prácticas de
nuestra sacrosanta religión; acogeréis
benignamente a todos los que vendrán a este
templo, ante vuestro altar a honraros con
confianza, a rogaros, a
(**Es9.239**))
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