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de aquella iglesia colosal, fruto de su
extraordinario y constante valor. Pero él, sin la
menor señal de complacencia ante tantos elogios,
respondió con su acostumbrada sencillez y
humildad:
-No soy yo el autor de esas grandes cosas que
decís, es el Señor, es María Santísima; ellos se
han dignado servirse de un ((**It9.247**)) pobre
sacerdote para llevar a cabo esas obras. Mío, no
hay nada. Aedificavit sibi domum Maria (María se
edificó su casa). Cada piedra, cada adorno
manifiesta una gracia suya.
Estas palabras las oía José Reano, que estaba
presente al final de la comida, durante la cual,
junto con varios compañeros, había ejecutado una
pieza de música.
A las cinco y media empezaron solemnemente las
vísperas pontificales del Arzobispo. Al final de
las mismas era tal la concurrencia de fieles que
los que estaban en la iglesia no podían moverse y
con los esfuerzos que hacían, unos para entrar y
otros para salir, se producía cierto murmullo en
las puertas.
Hasta que las primeras notas del Sancta Maria
impusieron silencio y reclamaron la atención de
todos. Eran tres coros. Uno ante el altar de San
José, formado por ciento cincuenta tenores y
bajos, que representaba la Iglesia militante;
otro, en la cúpula, con doscientos sopranos y
contraltos, que figuraba los ángeles, o sea la
Iglesia triunfante; y el tercero, de otros cien
tenores y bajos en el coro, simbolizaba la Iglesia
purgante.
Una de las grandes dificultades era la de
regular el tiempo musical a tanta distancia, ya
que muchos no podían ver al maestro director que
debía marcarlo con la batuta y guiar a todos los
cantores. Mas esta dificultad se superó felizmente
con un aparato eléctrico. Un largo cable,
conectado a los polos de una pila, se unía a unas
campanillas eléctricas colocadas en el centro de
cada coro y cerrando el circuito terminaba con sus
extremos en una especie de manipulador o tecla
construido al efecto. El director de la música,
que sostenía el manipulador con la izquierda,
podía con la derecha actuar con la batuta como si
nada tuviera en las manos mientras las
campanillas, todas a la vez, marcaban una sola
señal de acuerdo con la batuta del director. De
este modo quedaban los coros unidos y regulados
con toda precisión, lo mismo que si estuvieran
agrupados en un solo coro y dirigidos por un solo
maestro.
<((**It9.248**)) pueblos
para oír, lo mismo que los que tomaron parte
activa, quedaron plenamente satisfechos.
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