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((**Es9.237**) portas... (El Señor fuerte y poderoso, el Señor poderoso en la batalla. Abrid las puertas...) Y la puerta se abrió de par en par, para volver a cerrarse, apenas entró el clero. Nadie podía penetrar todavía en el santuario. Una gran cruz en forma de equis, X, hecha con ceniza, se extendía por todo el pavimento. El Arzobispo comenzó a escribir con la punta del báculo sobre uno de los palos de la misma el alfabeto griego y sobre el otro el alfabeto latino. Después, por una escalerilla movible, subió sucesivamente a ungir las doce crucecitas distribuidas alrededor sobre las paredes del edificio y se encendió una vela delante de cada una de ellas. Terminada la consagración del templo, Monseñor cumplió el rito sagrado de la ((**It9.246**)) consagración de los altares, cerrando en sus sepulcros las reliquias de los mártires, trasladadas desde la iglesia pequeña. A las diez y media terminaba la ceremonia y se abrían las puertas de par en par al público. Su Excelencia celebraba la primera misa en la nueva iglesia e, inmediatamente después, el Siervo de Dios, que había asistido también con alegría inefable a todo el sacro rito, subía también al altar mayor para celebrar el Santo Sacrificio a los pies de María Auxiliadora. Tuvieron la satisfacción de ayudar la misa don Juan Bautista Francesia y don Juan Bautista Lemoyne. Don Bosco volvió a la sacristía, dio gracias durante mucho tiempo y luego se entretuvo un ratito con una señora que ya conocía, que había ido a Turín para la fiesta, y le había sido presentada por su hijo salesiano. Díjole al sacerdote: -íNo serás el único salesiano de tu familia! Era una singular predicción: había todavía en la familia cuatro hermanos, con inclinación a cualquier cosa menos a la vida religiosa, y una hermana todavía pequeña. Y he aquí que, catorce años después, en 1882, de modo inexplicable, entraba la hermana en las Hijas de María Auxiliadora, y veinticinco años más tarde de la profecía, uno de los hermanos se hacía también salesiano por circunstancias no previsibles. De este último había dicho claramente don Bosco a nuestro hermano, en 1886, indicando nominalmente la futura conquista: -Quiero robarlo para mí. Cuando el Venerable salió de la sacristía subió al comedor preparado en la biblioteca, donde le esperaban varios obispos y muchos otros ilustres invitados. Antes de levantar los manteles, hubo varios oradores que ensalzaron las grandes obras realizadas por don Bosco y la construcción (**Es9.237**))
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