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función. En el mismo momento estalló un huracán
con viento, truenos, relámpagos y granizo, que
parecía querer estorbar nuestra solemnidad. Mas,
por fortuna, sólo fue un violento aguacero, con la
inundación consiguiente y, luego, quedó el cielo
sereno. Mientras tanto, el mencionado Arzobispo
exponía, en la capilla de San Luis de la pequeña
iglesia de San Francisco, las Santas Reliquias que
debían servir para la consagración de los altares
al día siguiente. Las reliquias, colocadas en una
urna dorada, eran de San Mauricio y San Segundo,
dos de los patronos principales de la diócesis de
Turín. Después de la exposición, se empezó el
canto de los oficios divinos que, según las
prescripciones de la Iglesia, duró toda la noche,
o sea, hasta las cinco y media del día 9, en el
cual empezó la solemne consagración.
Aquella mañana, primer día del octavario, a las
cinco y cuarto, volvía al Oratorio Su Excelencia
el Arzobispo. Al bajar de la carroza, se encontró,
colocados en dos largas filas, a los mil
doscientos ((**It9.245**)) alumnos
de las tres casas salesianas. La música le dio el
primer saludo. Su Excelencia bendijo varias veces
a los jóvenes, mientras pasaba por medio de ellos,
y fue a la iglesia de San Francisco a revestirse
de los ornamentos sagrados. Allí lo esperaba un
clero numeroso, el coro de cantores para el canto
gregoriano, y el canónigo Ramón Olivieri, párroco
de la catedral de Acqui, más el director del
colegio de Lanzo, que le asistirían de diácono y
subdiácono respectivamente. Salido el sacro
cortejo, entraron los alumnos y el Obispo de
Casale celebró la misa de comunidad, a las seis,
en la cual hubo un gran número de comuniones.
Entre tanto, el Arzobispo con todo el clero,
daba las tres vueltas rituales alrededor de la
iglesia y al fin se paraba ante la puerta
principal de la fachada que estaba cerrada, lo
mismo que las laterales.
En este momento se sumaron al clero los canónigos
de la Catedral, Luis Nasi, Celestino Fissore, el
abad Gazzelli, el abad Morozzo, y el canónigo
penitenciario Chicco.
Había dos coros, uno en la escalinata de la
iglesia y otro dentro de la misma. El Arzobispo
golpeó tres veces la puerta con el báculo y el
coro que le rodeaba empezó a cantar:
-Attolite portas, principes, vestras, et
elevamini portae aeternales, et introibit Rex
gloriae.
-Quis est iste Rex gloriae? (>>Quién es este
rey de la gloria?) respondió el coro de la
iglesia.
Y el coro de fuera replicó:
-Dominus fortis et potens, Dominus potens in
proelio. Attolite
(**Es9.236**))
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