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la mañana y por la tarde. Y para que nada faltase
al brillo de tanta solemnidad, Su Santidad, el
Sumo Pontífice reinante, Pío IX, siempre dispuesto
a otorgar los favores espirituales que tienden a
promover la mayor gloria de Dios y el bien de las
almas, y así animar a los fieles a honrar a la
augusta Madre del Salvador, se ha dignado
conceder, con Breve del 22 de mayo de 1868,
indulgencia plenaria, le a las almas del
purgatorio, a todos los que en el día de dicha
consagración y durante el siguiente octavario,
esto es, del 9 al 16 de junio próximo, confesados
y comulgados, visitaren esta iglesia y rezaren en
ella según la intención del Sumo Pontífice.
Con las fiestas religiosas se intercalarán
algunos pasatiempos, de acuerdo con la costumbre
del Oratorio y la índole de los jóvenes que allí
se educan. He aquí brevemente el programa:
Jueves, 11, a las tres de la tarde: Certamen
músico-literario en honor de María Auxiliadora;
distribución de premios a los alumnos del
Oratorio. -Sábado, 13, a las tres de la tarde:
entretenimientos variados. -Domingo, 14, a las
siete de la tarde: ejercicios gimnásticos y otros
juegos. -Lunes, 15, a las tres de la tarde:
comedia en latín. -Martes, 16, a las tres de la
tarde: entretenimientos diversos y concierto por
la banda de música.
Finalmente el martes: Attolite portas,
principes, vestras, et elevamini portae
aeternales, et introibit rex gloriae! (Príncipes,
levantad vuestras puertas y elevad las puertas
eternales y entrará el rey de la gloria).
El lunes, 8, vigilia de la consagración,
después de las acostumbradas prácticas de piedad,
los cantores estuvieron ocupados, mañana y tarde,
en ensayos musicales de la grandiosa misa del
maestro Juan De-Vecchi, compuesta expresamente
para la solemne ocasión, que duraron dos horas. En
el Oratorio todo era movimiento; llegaban ((**It9.244**)) a Turín
nobles señores de todas partes. De Roma, el conde
Bentivoglio; de Venecia, la princesa Elena Vidoni
Soranzo, con dos sobrinitos; de Milán, la condesa
Teresa Dal-Verme. Muy de mañana llegaron también
los sacerdotes, clérigos y alumnos del seminario
menor de Mirabello para engrosar aquella especie
de ejército con sus compañeros de Turín y Lanzo;
fueron recibidos con música, aplausos y cariño
fraterno. También ellos debían participar en el
canto, la música, las funciones religiosas y
académicas y estaban todos ansiosos, casi
impacientes, por realizar con el mayor entusiasmo
la parte que les correspondía.
En el mismo tren y a la misma hora que los
alumnos de Mirabello llegó también monseñor Pedro
María Ferré, obispo de Casale, con su secretario
el canónigo Masnini, para participar en las
funciones sagradas.
A las seis de la tarde se presentaba el
arzobispo de Turín, monseñor Alejandro Riccardi,
con el teólogo Caviassi, su maestro de ceremonias,
y el canónigo Astengo, su secretario, para empezar
la
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