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con nosotros el mayor número de días que pueda.
Siento que, por nuestra condición, no me atrevo a
((**It9.235**)) invitar
también a la señora Condesa, su esposa; pero
espero que, ya que no sea a una comida, acepte al
menos el desayuno de la mañana. Pero usted tendrá
su trabajo; el barón Bianco cuenta con usted para
que le reemplace algunos momentos para hacer la
cuestación a la puerta de la iglesia. >>Qué le
parece?
Nos diremos más cosas de palabra.
Dios les bendiga, mi querido señor Conde, a
usted y a su señora esposa; haga prosperar sus
campos y les acompañe a los dos siempre por el
camino del cielo. Amén.
Ruegue por mi pobre alma y créame en el Señor,
Su
seguro servidor
JUAN
BOSCO, Pbro.
En medio de tantos preparativos para la fiesta,
mientras una suave alegría inundaba todos los
corazones del Oratorio y la Virgen Santísima
derramaba mil gracias a sus devotos, llególe a don
Bosco una carta de monseñor Lorenzo Renaldi,
obispo de Pinerolo. Decíale en ella que no podía
escribir la carta comendaticia para la aprobación
de la Pía Sociedad. A la par que anunciaba al
Siervo de Dios su negativa, enviaba otra carta al
cardenal Angel Quaglia, Prefecto de la Sagrada
Congregación de Obispos y Regulares.
Pinerolo, 6 de junio de 1868
Eminentísimo Señor:
El ilustre sacerdote don Juan Bosco, Rector del
Oratorio de San Francisco de Sales, bienhechor de
los pobres jovencitos en Turín, me ha pedido una
carta comendaticia para la Santa Sede a fin de
obtener la aprobación de la Sociedad de San
Francisco de Sales, de acuerdo con los estatutos
presentados.
Contesté que no estaba en situación de
satisfacer su deseo, exponiendo los motivos de mi
disentimiento, que juzgo oportuno explicar también
en esta mi carta, que someto a Vuestra Eminencia
Reverendísima.
Me adhiero a todos cuantos alaban la
beneficencia del activo e infatigable sacerdote
don Juan Bosco. La atención que presta a tantos
pobres niños abandonados, el alimento que les
procura, la educación cristiana que les da son
méritos superiores a todo encomio, sobre todo
cuando la sinceridad y franqueza en la fe se
juntan a la provechosa enseñanza de las artes y
oficios en que esos jóvenes se ejercitan para su
propio bien y el de sus familias, sin aumentar el
número de tantos pobres desgraciados ((**It9.236**)) que, al
no poder aguantar su condición, sin las prendas
que se requieren, se lanzan ávidamente con
pretensiones tenaces, intolerantes y temerarias
lejos de su propio estado. En esto, pues, la obra
del sacerdote don Bosco merece todo apoyo y toda
alabanza.
Sin embargo, respecto a la educación e
instrucción de los clérigos y a hacer de su casa y
del Oratorio, llamado de San Francisco de Sales,
un seminario de sacerdotes
(**Es9.228**))
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