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humanos, le habían animado unos amigos a hacer una
novena a María Auxiliadora con la promesa de
entregar un regalo a la iglesia de Valdocco, si se
curaba. Desde que hizo la promesa hasta que se vio
fuera de peligro, apenas si pasó la mitad de la
novena. Cumplió fielmente su promesa y quiso que
en el cáliz se recordara el favor celeste
recibido, con estas palabras: Familiae Tancioni
Romanae votum MDCCCLXVIII (Promesa de la familia
romana Tancioni). Sobre el cáliz había una
preciosa y rica palia, con la imagen del Redentor,
trabajo de las monjas del Niño Jesús de
Aix-la-Chapelle, ciudad de Prusia, a expensas de
la condesa Stolberg, esposa del famoso luterano y
después fervoroso católico conde Stolberg
Vernigerode, miembro heredero de la Cámara de los
Señores en Prusia.
El señor M. Luis Borgognoni, curado de un
pertinaz mal de estómago, después de haber
invocado a María, cumplía la promesa hecha y
enviaba desde Roma dos cálices de metal dorado.
Sobre el pie de uno había tres estatuitas que
representaban la fe, la esperanza y la caridad; en
el otro estaban las figuras de Moisés, Aarón y
Melquisedec.
También desde Roma, la señora Francisca
Giustiniani, agradecida a una importantísima
gracia recibida, de la cual se derivó la fortuna y
felicidad de toda su familia, mandó a don Bosco un
relicario de metal dorado que encerraba una
partícula del sacratísimo leño de la Cruz del
Salvador, con la auténtica correspondiente.
Parecía en verdad que alguien iba indicando a
cada una de las caritativas personas, movidas por
gracias recibidas o por devoción, cuanto se
necesitaba para aquella solemnidad. Una señora
francesa de alto linaje, la duquesa Laval de
Montmorency, envió bastantes albas, roquetas,
amitos, palias, corporales, manteles, sabanillas y
algunas casullas. Una señora de Florencia ((**It9.226**)) ofreció
un elegante incensario con naveta. Un señor de
Turín proveyó de candeleros, crucifijos y sacras
para todos los altares.
En poco tiempo llegó de todo: capas pluviales,
dalmáticas, casullas, misales, copones, lámparas
para las solemnidades, lámparas ordinarias, aceite
para las mismas, campanillas para la sacristía, y
para cada altar, custodias, manteles de distintas
clases, vinajeras y hasta cuerda para las
campanas. De todo, pero de tal modo y medida que
ni un solo objeto resultó duplicado y quedaron
cubiertas todas las necesidades. Respecto a la
campanilla de la sacristía aconteció lo siguiente.
Cierto señor de Turín, atormentado por un dolor
de cabeza que se extendía hasta la nuca con
amenaza de la misma espina dorsal,
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