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la desvergüenza y toda clase de vicios y superarlo
todo hasta lograr que muchos, a quienes la voz
pública apodaba lobos rapaces, se convirtieron en
mansos corderillos. Esas pesadas fatigas, ese
griterío y alboroto, que a nosotros nos parecen
casi insoportables un momento, fueron la delicia y
el trabajo de san Felipe por espacio de más de
sesenta años, es decir, durante toda su vida
sacerdotal, hasta la más avanzada vejez, hasta
tanto que Dios le llamó a gozar el fruto de tantas
y tan prolongadas fatigas.
Respetables señores: >>hay algo en este siervo
fiel ((**It9.220**)) que no
pueda ser imitado por nosotros? Claro que no. Cada
uno de nosotros, dentro de su condición, está lo
bastante instruido, es lo bastante rico para
imitarlo, si no en todo, al menos en parte. No nos
dejemos engañar por el vano pretexto, que a veces
nos toca escuchar: Yo no estoy obligado; piense en
ello quien tiene ese deber. Cuando decían a Felipe
que, dado que no tenía cura de almas, no estaba
obligado a trabajar tanto, respondía:
->>Y tenía Jesús, tal vez, obligación de
derramar toda su sangre por mí? El muere en la
cruz para salvar almas y yo, su ministro, >>me
negaré a sufrir alguna molestia, alguna fatiga
para corresponderle?
Sacerdotes, manos a la obra. Hay almas en
peligro y nosotros debemos salvarlas. Estamos
obligados a ello como simples cristianos a quienes
Dios mandó cuidar del prójimo. Et mandavit illis
unicuique de proximo suo. Estamos obligados porque
se trata de las almas de nuestros hermanos, puesto
que todos nosotros somos hijos del mismo Padre
Celeste. Debemos también sentirnos estimulados a
trabajar por la salvación de las almas de modo
excepcional, porque ésta es la obra más santa de
las santas. Divinorum divinissimum est cooperari
Deo in salutem animarum (Areopagita) (Lo más
divino de lo divino es cooperar con Dios a la
salvación de las almas).
Pero lo que nos debe absolutamente empujar a
cumplir con celo este oficio, es la cuenta
estrechísima que nosotros, como ministros de
Jesucristo, debemos rendir en su tribunal divino
de las almas confiadas a nosotros.
íOh, qué gran cuenta, qué cuenta más terrible
deberán rendir los padres, los patronos, los
directores y en general todos los sacerdotes ante
el tribunal de Cristo, de las almas que les fueron
confiadas! Ese momento supremo llegará para todos
los cristianos, mas no nos hagamos ilusiones,
llegará también para nosotros sacerdotes. Apenas
seamos liberados de los lazos del cuerpo y
comparezcamos ante el Juez Divino, veremos
claramente cuáles eran las obligaciones de nuestro
estado y cuál ha sido nuestra negligencia. Ante
nuestros ojos aparecerá la inmensa gloria de Dios,
preparada para sus fieles y veremos las almas...
sí, muchas almas que debían ir a gozarla y que,
por nuestro descuido en instruírlas en la fe, se
han perdido.
íQué terrible situación para un sacerdote
cuando comparezca ante el Juez Divino, que le
dirá: -Mira abajo al mundo; cuántas almas van por
el camino de la iniquidad y surcan la vía de la
perdición! Se hallan en ese mal camino por tu
culpa; tú no te dedicaste a hacer oír la voz del
deber, no las has buscado, no las has salvado.
Otros por ignorancia, caminando de pecado en
pecado, son ahora precipitados al infierno. íOh,
mira cuán grande es su número! Esas almas claman
venganza contra ti. Ahora, siervo infiel, serve
nequam, dame cuenta. Dame cuenta del tesoro
precioso que te confié, tesoro que costó mi
pasión, mi sangre, mi muerte. Sea tu alma a cambio
de la de aquél que, por tu culpa, se ha perdido:
Erit anima tua pro anima illius.
Pero no, mi buen Jesús, nosotros confiamos que
por vuestra gracia y ((**It9.221**)) vuestra
infinita misericordia, este reproche no será para
nosotros. Nosotros estamos íntimamente persuadidos
del gran deber que nos apremia de instruir a las
almas
(**Es9.215**))
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