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corriesen hacia nuestro Santo. El dirigía la
palabra ora a uno, ora a otro; era estudiante con
el letrado, herrero con el herrero, maestro
carpintero con el carpintero, barbero con el
barbero, maestro de obras con el albañil, maestro
zapatero con el remendón. Así, haciéndose todo
para todos, ganaba a todos para Jesucristo. Porque
aquellos jovencitos, seducidos por sus caritativas
maneras, sus edificantes palabras, sentíanse
arrastrados a donde Felipe quería. De modo que se
daba el inaudito espectáculo de que por las
calles, por las plazas, en las iglesias, las
sacristías, en su misma habitación, durante la
misa y hasta en el tiempo de oración, iba
precedido, seguido, rodeado de niños pendientes de
sus labios, escuchando los ejemplos que contaba,
los principios del catecismo que les iba
explicando. >>Y después? Escuchad.
Aquella turba de muchachos indisciplinados e
ignorantes, a medida que se instruían en el
catecismo, pedían acercarse al sacramento de la
confesión y de la comunión, querían asistir a la
santa misa, oír sermones, y poco a poco dejaban la
blasfemia, la insubordinación y finalmente
abandonaban los vicios, mejoraban las costumbres
de tal manera que millares de muchachos
desventurados que, caminando por la vía del
deshonor, habrían tal vez acabado su vida en las
cárceles o en el cadalso, con su eterna perdición,
gracias al celo de Felipe volvieron a sus padres
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dóciles, obedientes, buenos cristianos,
encaminados por la senda del cielo. íQué
maravillas obra siempre la Santa Religión
Católica! íQué portentos obtiene la Palabra de
Dios por medio del ministro que conoce y cumple
los deberes de su vocación!
Alguno dirá: Felipe obtuvo estas maravillas
porque era un santo, y yo digo: Felipe obró estas
maravillas porque era un sacerdote que
correspondía al espíritu de su vocación. Estoy
persuadido de que, si animados por un espíritu de
celo, de confianza en Dios nos entregásemos
también nosotros de veras a imitar a este Santo,
obtendríamos ciertamente un gran resultado en la
conquista de las almas. >>Quién de nosotros no
puede reunir unos muchachos, darles un poco de
catecismo en una casa o en una iglesia y, si fuera
menester, hasta en la esquina de una plaza o de
una calle e instruirlos en la fe, animarlos a
confesarse y, cuando es necesario, oírlos en
confesión? >>No podemos nosotros repetir con san
Felipe: -Muchachos, venid a confesaros cada ocho
días y comulgad según el consejo del confesor?
Que >>cómo poder someter a las cosas de la
Iglesia y de la piedad a muchachos disipados,
amigos de comer, beber y divertirse? Felipe
encontró este secreto.
Vedlo: imitando la dulzura y la mansedumbre del
Salvador.
Felipe los recibía amablemente, los acariciaba,
a unos les regalaba un caramelo, a otros una
medalla, una estampa, un libro y cosas parecidas.
A los más díscolos y a los más ignorantes, que no
estaban en disposición de apreciar aquellos
sublimes tratos de paternal benevolencia, les
preparaba algo más adaptado a ellos. Apenas
lograba tenerlos a su alrededor, se disponía
enseguida a contarles amenas historietas, les
invitaba a cantar, a tocar, a representar obras
teatrales, a saltar, a pasatiempos de todo género.
Finalmente los más reacios, los más presumidos
eran, por decirlo así, arrastrados a parques de
recreo con los instrumentos musicales, las bochas,
los zancos, los tejos, el regalo de frutas y
pequeñas comidas, desayunos, meriendas. Todo
gasto, decía Felipe, toda fatiga, toda molestia,
todo sacrificio es poco, cuando contribuye a ganar
almas para Dios.
Así la habitación de Felipe parecía el almacén
de un comerciante, un lugar de espectáculo
público, pero al mismo tiempo se convertía en casa
de oración y de lugar de santificación. Así Roma
vio a un hombre solo, sin títulos, sin medios y
sin autoridad, sin más armas que la coraza de la
caridad, combatir el fraude, el engaño,
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