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resultado. Una violenta enfermedad, que soportó
con toda paciencia, le arrancó al cariño de sus
padres, superiores y compañeros; pero lo llevó al
cielo>>.
Nótese, además, una circunstancia del sueño.
Don Bosco había visto solamente el féretro de este
difunto, porque fue el único de los tres que murió
en el Oratorio. No vio el de los otros dos, pues
el primero murió en el colegio de Lanzo, y el
tercero, como veremos, moriría en el hospital.
El Siervo de Dios había ido aquellos días a
Alba, donde le habían invitado a predicar el
panegírico de san Felipe Neri. Dado que era la
fiesta de la Congregación Sacerdotal, había
escrito su sermón, y como no le gustara su primer
trabajo, lo volvió a hacer.
Después se lo entregó a don Juan Bonetti, para
que lo examinara y lo corrigiera, pero éste lo
examinó y lo dejó casi como había sido escrito.
Resulta difícil explicar cómo se las arreglaba don
Bosco para mantener lúcida y vigorosa su mente, ya
que no tenía nunca un momento de reposo. Para
recorrer un trecho de camino que no necesitaba más
de media hora, él empleaba dos o tres, pues eran
muchos los que le paraban o le acompañaban para
tratar con él algún asunto del alma. En los
vagones del ferrocarril, en las estaciones siempre
se encontraba con alguien que deseaba hablarle. No
había pueblo ni ciudad donde no tuviese
bienhechores, amigos, conocidos o jóvenes educados
por él.
-El único sitio, decía, adonde nadie va a
molestarme, es el púlpito y por eso resulta un
descanso para mí subir a él.
((**It9.213**)) Así le
sucedió al ir a Alba, donde le esperaba el obispo,
monseñor Eugenio Galletti, con el afecto de un
santo deseoso de conversar con otro santo. No
sabía decir cuán grande era su aprecio por don
Bosco y cuántas veces hablaba de él a sus
seminaristas, a quienes iba a visitar todas las
tardes.
Don Bosco se llevó consigo el panegírico, pero
las continuas visitas hasta el último instante no
le permitieron darle una ojeada. Así que, cuando
se halló en el púlpito, no se atuvo a lo que había
escrito y se lanzó ex abrupto sobre el tema de un
modo poético: lo hemos señalado ya en el segundo
volumen de estas Memorias 1, pero aquí no podemos
por menos de recordarlo nuevamente.
Imaginó hallarse sobre una de las colinas de
Roma, con la ciudad tendida ante sus ojos y
contemplando a un joven que subía hacia él.
Describió minuciosamente su rostro, su mirada, su
porte y a continuación
1 Véase la pág. 46 del II volumen.
(**Es9.209**))
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