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El altar de la izquierda del crucero será
dedicado a san José; pero el cuadro aún no está en
su sitio; el artista Tomás Lorenzone estaba
pintándolo. Este representaría a la Sagrada
Familia. La composición era simbólica y con este
dibujo: san José está de pie sobre una nube y
lleva en el brazo izquierdo al Niño Jesús, el cual
tiene sobre las rodillas un cestillo lleno de
rosas. El Niño toma las rosas, se las da a san
José y éste las va dejando caer, poco a poco, en
forma de lluvia sobre la iglesia de María
Auxiliadora, que se ve debajo y tiene al fondo las
colinas de Superga. El aspecto del Niño tiene una
gracia singular, porque, vuelto a su querido padre
putativo, le sonríe con infinita dulzura. Ante
aquella divina sonrisa parece extasiarse el Santo
Patriarca y diríase que la celeste alegría del
Divino Infante se redobla al reflejarse en el
amado rostro. Como complemento de este delicioso
grupo está al lado del Niño Jesús en pie, con
hermoso garbo y las manos juntas, su Santísima
Madre, María, la cual, en actitud devota y
totalmente absorta ((**It9.200**)) en la
contemplación de aquel dulce trueque de inefable
cariño entre su divino Hijo y su castísimo Esposo,
parece fuera de sí por la alegría infinita que le
inunda el corazón.
Tres ángeles, con las manos juntas, están a los
lados de la Sagrada Familia, suspendidos sobre sus
alas. Uno de ellos lleva la vara florida. En la
parte alta del cuadro, otros dos angelitos
sostienen por los extremos una cinta en la que
está escrito: Ite ad Joseph (Id a José).
El cuadro mide cuatro metros de alto por dos de
ancho. El ángel de la vara tiene las facciones de
una niña, hija de la marquesa Fassati, que murió
abrasada unos años antes. Era una delicada idea de
don Bosco, que conmovió profundamente a la mamá.
De esta manera describió el cuadro el mismo don
Bosco, que había sugerido el proyecto.
Pero lo más notable de esta iglesia era el
retablo o lienzo pintado que domina el altar
mayor, con más de siete metros de alto y cuatro de
ancho, encuadrado en un magnífico marco dorado.
Lorenzone podía estar satisfecho de su obra.
Resalta la Virgen en medio de un mar de luz y
majestad, sobre un trono de nubes. Cuelga de sus
hombros un manto real que la envuelve. Tiene la
cabeza coronada de estrellas y de una diadema con
la que se proclama reina de cielos y tierra.
Aprieta su derecha un cetro, símbolo de su poder,
como aludiendo a las palabras que Ella profirió en
casa de Santa Isabel. Fecit mihi magna qui potens
est (Me hizo grande el Poderoso). En la izquierda
sostiene al Niño, coronado
(**Es9.198**))
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