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otorgado por benignidad del Padre Santo, que con
tan buena fe se le entregaba.
El Papa le había invitado a volver a Roma, y
él, en vez de someterse, escribía en Nápoles, con
fecha 10 de septiembre de 1865, una carta A sus
respetables hermanos Cardenales y Obispos, en la
que decía en primer lugar:
Nos hallamos ahora ante una serie de hechos
consumados, a los que no es prudente oponerse con
el desprecio. Yo veo el nuevo reino de Italia
reconocido por todas las potencias: veo un gran
soberano, cuya superioridad como hombre de Estado
no hay quien la discuta, que nos ofrece, en nombre
de la gran nación francesa, como tabla de
salvación en el naufragio de las anteriores
ilusiones, la convención del 15 de septiembre
lealmente cumplida; veo al Rey Víctor Manuel
prestarse hace poco a gestiones, no llevadas a
efecto por desgracia, que dan un alto testimonio
de sus sentimientos religiosos; y a la vista de
tales circunstancias y de las reflexiones que
sugieren: >>cómo ha de conducirse el Papado ante
este nuevo rumbo? >>Qué concesiones puede otorgar
a las necesidades del momento? >>Con qué base
puede conseguirse su reconciliación con Italia?
Estos son precisamente los puntos sobre los que no
debo manifestar mi pensamiento. Quizás llegue la
hora en que pueda pronunciarme sobre ello, pero no
creo haya llegado todavía.
Luego hablaba de sí mismo y terminaba:
Yo volveré a Roma apenas mi salud, en vías de
mejoría, me lo permita; pero no de manera que se
crea que me someto a una honrosa enmienda que
nadie, ni razonable, ni canónicamente ((**It9.186**)) tiene
derecho a pedirme, sino por mi propia voluntad,
cuando crea haber adquirido las fuerzas necesarias
para reemprender mis funciones. Es sólo un deseo
de que ese día sea mañana. Tal es, Monseñor, en su
cruda realidad, la cuestión habida entre mí y la
Secretaría de Estado; cuestión que no se habría
dado, de haber estado al frente cardenales como
Consalvi o Pacca: mi causa se defiende por sí
misma, estoy seguro de ello y apelo al corazón de
todos los buenos. Espero que el Padre Santo abrirá
los ojos ante las intrigas forzadas contra mí y
que su justicia vea la necesidad de acabar con
ellas.
Acepte, Monseñor, la expresión de mi alta
consideración...
El cardenal De Andrea había redactado esta
carta con excesivo ardor contra el cardenal
Antonelli y volvía a hablar sobre la remuneración
cardenalicia.
El que recibió la carta no le contestó o se
hizo eco de la respuesta del Cardenal Arzobispo de
Chambéry:
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