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Y entonces él dijo:
-íVen conmigo!
Y animándome, me tomó de la mano y me sostuvo
en pie, porque me encontraba agotado. Al salir de
la sala, y después de atravesar en un momento el
hórrido patio y el largo corredor de entrada,
antes de trasponer el umbral de la última puerta
de bronce, se volvió de nuevo a mí y exclamó:
-Ahora que has visto los tormentos de los
demás, es necesario que pruebes un poco lo que se
sufre en el infierno.
-íNo, no!, grité horrorizado.
El insistía y yo me negaba siempre.
-No temas, me dijo; prueba solamente, toca este
muro.
Me faltaba valor para hacerlo y quería
alejarme, pero él me detuvo
insistiendo:
-A pesar de todo, es necesario que lo pruebes.
Y, aferrándome resueltamente por un brazo, me
acercó al muro mientras decía:
-Tócalo una vez al menos, para que puedas decir
que estuviste visitando las murallas de los
suplicios eternos y para que puedas comprender
cuán terrible será la última, si así es la
primera. >>Ves esa muralla?
Me fijé atentamente y pude comprobar que aquel
muro era de espesor colosal.
El guía prosiguió:
-Es el milésimo primero antes de llegar adonde
está el verdadero fuego del infierno. Mil muros
más lo rodean. Cada uno tiene mil medidas de
espesor y de distancia del uno al otro, y cada
medida es de mil millas; éste está a un millón
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millas del verdadero fuego del infierno y por eso
apenas es un mínimo principio del infierno mismo.
Al decir esto, y como yo me echase atrás para
no tocar, me agarró la mano, me la abrió con
fuerza y me hizo golpear sobre la piedra de aquel
milésimo muro. En aquel instante sentí una
quemadura tan intensa y dolorosa que, saltando
hacia atrás y lanzando un grito agudísimo, me
desperté.
Me encontré sentado en la cama y me parecía que
me ardía la mano. La restregaba contra la otra
para aliviarme de aquella sensación. Al hacerse de
día, pude comprobar que mi mano, en realidad,
estaba hinchada, y la impresión imaginaria de
aquel fuego me afectó tanto que cambié la piel de
la palma de la mano derecha.
Tened presente que no os he contado las cosas
con toda su horrible crueldad, ni tal como las vi
y de la forma que me impresionaron, para no causar
en vosotros demasiado espanto. Nosotros sabemos
que el Señor no nombró jamás el infierno sino
valiéndose de símbolos, porque aunque nos lo
hubiera descrito como es, nada hubiéramos
entendido. Ningún mortal puede comprender estas
cosas. El Señor las conoce y las puede manifestar
a quien quiere.
Durante muchas noches consecutivas, y siempre
presa de la mayor turbación, no pude dormir a
causa del espanto que se había apoderado de mi
ánimo. Os he contado solamente el resumen de lo
que he visto en sueños de mucha duración; puede
decirse que de todos ellos os he hecho un breve
compendio. Más adelante os hablaré sobre el
respeto humano, y de cuanto se relaciona con el
sexto y séptimo Mandamiento y con la soberbia. No
haré otra cosa más que explicar estos sueños, pues
están de acuerdo con la Sagrada Escritura, aún
más, no son más que un simple comentario de cuanto
en ella se lee respecto a esta materia. Durante
estas noches os he contado ya algo, pero, de
cuando en cuando, vendré a hablaros y os narraré
lo que falta, dándoos la explicación consiguiente.
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