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lastimosamente que no hay palabras para
explicarlo. Permanecían inmóviles, expuestos a
toda suerte de molestias, sin poderse librar de
ellas en modo alguno. Yo avancé un poco más y me
acerqué para que me viesen, con la esperanza de
poderles hablar y de que me dijesen algo, pero
ninguno me dirigía la palabra ni me miraba.
Pregunté entonces al guía la causa de esto y me
respondió que en el otro mundo no hay libertad
para los condenados; cada uno soporta el castigo
que Dios le impone sin variación alguna y no puede
ser de otra manera. Y añadió:
-Ahora es necesario que vayas a esa región de
fuego que acabas de contemplar.
-íNo, no!, repliqué aterrado. Para ir al
infierno es necesario pasar antes por el juicio, y
yo no he sido juzgado aún. íPor tanto no quiero ir
al infierno!
-Dime, observó mi amigo; >>qué te parece mejor:
ir al infierno y libertar a tus jóvenes o
permanecer fuera de él abandonándolos en medio de
tantos tormentos?
Desconcertado ante aquella propuesta, respondí:
-íOh, yo quiero mucho a mis jóvenes y deseo que
todos se salven! >>Pero, no podríamos hacer de
manera que no tuviésemos que ir ahí dentro ni yo
ni los demás?
-Bien, contestó mi amigo, aún estás a tiempo,
como también lo están ellos, con tal de que tú
hagas cuanto puedas.
Mi corazón se ensanchó y dije para mí: no me
importa el trabajo, con tal de que pueda librar a
mis queridos hijos de tantos tormentos.
-Ven, pues, adentro; continuó el guía, y
observa la bondad y la omnipotencia de Dios, que
amorosamente pone en juego mil medios para inducir
a penitencia a tus jóvenes y salvarlos de la
muerte eterna.
Y tomándome de la mano me introdujo en la
caverna. Apenas puse el pie en ella me encontré de
improviso transportado a una sala magnífica con
puertas de cristal. Sobre éstas, a regular
distancia, pendían unos largos velos que cubrían
otros tantos huecos que comunicaban con la
caverna.
El guía me señaló uno de aquellos velos sobre
el cual se veía escrito: Sexto Mandamiento y
exclamó:
-La falta contra este Mandamiento: he aquí la
causa de la ruina eterna de tantos muchachos.
-Pero >>no se han confesado?
-Se han confesado, pero las culpas contra la
bella virtud las han confesado mal o las han
callado a propósito. Por ejemplo: uno que cometió
cuatro o cinco pecados de esta clase, dijo que
sólo había faltado dos o tres veces. Hay algunos
que cometieron un pecado impuro en la niñez y
sintieron siempre vergüenza de confesarlo, o lo
confesaron mal y no lo dijeron todo. Otros no
tuvieron el dolor y el propósito. Algunos incluso,
en lugar de hacer el examen, estudiaron la manera
de engañar al confesor. Y el que muere con tal
resolución lo único que consigue es contarse
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número de los réprobos para toda la eternidad.
Solamente los que, arrepentidos de corazón, mueren
con la esperanza de la eterna salvación, serán
eternamente felices. >>Quieres ver ahora por qué
te ha conducido hasta aquí la misericordia de
Dios?
Levantó el velo y vi un grupo de jóvenes del
Oratorio a todos los cuales conocía, condenados
por esta culpa. Entre ellos había algunos que
ahora, en apariencia, observan buena conducta.
-Al menos ahora, le supliqué, >>me dejarás
escribir los nombres de esos jóvenes para poder
avisarles en particular?
-No hace falta, me respondió.
-Entonces, >>qué les debo decir?
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