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por aquel larguísimo corredor, se oyó un
prolongado ruido infernal que se alejaba cada vez
mas, aquéllos desaparecieron y las puertas se
cerraron. Muchos otros cayeron después de éstos de
cuando en cuando... Vi precipitarse allí a un
pobrecillo, impulsado por los empujones de un
malvado compañero. Otros caían solos, algunos
acompañados; unos agarrados del brazo, otros
separados, pero próximos. Todos llevaban escrito
en la frente el propio pecado. Yo los llamaba
afanosamente mientras caían en aquel lugar. Pero
ellos no me oían, retumbaban las puertas
infernales al abrirse y al cerrarse se hacía un
silencio de muerte.
-He aquí la causa principal de tantas condenas,
exclamó mi guía: los compañeros malos, las malas
lecturas y las perversas costumbres.
((**It9.173**)) Los
lazos que habíamos visto al principio eran los que
arrastraban a los jóvenes al precipicio. Al ver
caer a tantos de ellos, dije con acento de
desesperación:
-Entonces es inútil que trabajemos en nuestros
colegios, si son tantos los jóvenes que tienen
este fin. >>No habrá manera de remediar la ruina
de estas almas?
Y el guía me contestó:
Este es el estado en que actualmente se
encuentran y, si muriesen en él, vendrían a parar
aquí sin remedio.
Déjame, pues, anotar los nombres para que yo
pueda avisarles y ponerlos en la senda que conduce
al Paraíso.
->>Y, crees tú que algunos se corregirían si
les avisases? Al principio el aviso les
impresionará; después no harán caso, diciendo: se
trata de un sueño. Y se tornarán peores que antes.
Otros, al verse descubiertos, frecuentarán los
Sacramentos, pero no de una manera espontánea y
meritoria, porque no proceden rectamente. Algunos
se confesarán por un temor pasajero a caer en el
infierno, pero seguirán con el corazón apegado al
pecado.
->>Entonces, no hay remisión para estos
desgraciados? Dame un remedio para que puedan
salvarse.
-Helo aquí: tienen los superiores, que los
obedezcan; tienen el reglamento, que lo observen;
tienen los Sacramentos, que los reciban.
Mientras tanto, un nuevo grupo de jóvenes se
precipitaba en el abismo y las puertas
permanecieron abiertas durante un instante.
-Entra tú también, me dijo el guía.
Me eché atrás horrorizado. Estaba impaciente
por regresar al Oratorio, para avisar a los
jóvenes y detenerles a fin de que no se perdiera
ninguno más. Pero el guía me volvió a insistir:
-Ven, que aprenderás más de una cosa. Pero
antes dime: >>quieres
proseguir solo o acompañado?
Me dijo esto para que reconociese la
insuficiencia de mis fuerzas y, al mismo tiempo,
la necesidad de su benévola asistencia; por lo que
contesté:
-Quita allá: >>solo en ese lugar de horror?
>>Sin la ayuda de tu bondad? >>Y quién me enseñará
el camino de vuelta?
Y de pronto me sentí lleno de valor pensando
para mí:
-Antes de ir al infierno hay que pasar por el
juicio y yo no me he presentado todavía ante el
Juez Supremo.
Así que exclamé resueltamente:
-íEntremos, pues!
Y penetramos en aquel estrecho y horrible
corredor. Corríamos con la velocidad del rayo.
Sobre cada una de las puertas del interior lucía
con la luz velada una inscripción amenazadora.
Cuando terminamos de recorrerlo desembocamos en un
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