Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es9.174**) -íDetente! >>Qué haces? -Tomo nota de estas inscripciones. -No hace falta; las tienes todas en la Sagrada Escritura; incluso tú has hecho grabar algunas bajo los pórticos. Ante semejante espectáculo habría preferido volver atrás y encaminarme al Oratorio; pero el guía no se volvió, a pesar de que yo había dado ya algunos pasos. Recorrimos un inmenso y profundísimo barranco y nos encontramos nuevamente al pie del camino pendiente que habíamos recorrido y delante de la puerta que vimos en primer lugar. De pronto el guía se volvió hacia atrás y con el rostro demudado y sombrío, me indicó con la mano que me retirara, diciendo: -íObserva! Tembloroso, alcé los ojos hacia arriba y, a una gran distancia, vi que por aquel camino en declive, bajaba uno a toda velocidad. Conforme se iba acercando intenté identificarlo y finalmente pude reconocer en él a uno de mis jóvenes. Llevaba los cabellos desgreñados, en parte erizados sobre la cabeza y en parte echados hacia atrás por efecto del viento, y los brazos tendidos hacia adelante, en actitud de quien nada para salvarse del naufragio. Quería detenerse y no podía. Tropezaba continuamente con los guijarros salientes del camino y aquellas piedras servían para darle mayor ((**It9.172**)) impulso en la carrera. Corramos, detengámosle, ayudémosle, gritaba yo tendiendo las manos hacía él. Y el guía replicaba: -No; déjalo. ->>Y por qué no puedo detenerlo? ->>No sabes lo tremenda que es la venganza de Dios? >>Crees que podrías detener a uno que huye de la ira encendida del Señor? Entretanto aquel joven, volviendo la cabeza hacia atrás y mirando con los ojos encendidos si la ira de Dios le seguía siempre, corría precipitadamente hacia el fondo del camino, como si no hubiese encontrado en su huida más solución que ir a dar contra la puerta de bronce. ->>Y por qué mira hacia atrás con esa cara de espanto?, pregunté yo. -Porque la ira de Dios traspasa todas las puertas del infierno y va a atormentarle aun en medio del fuego. En efecto, como consecuencia de aquel choque, entre un ruido de cadenas, la puerta se abrió de par en par. Y tras ella se abrieron al mismo tiempo, haciendo un horrible fragor, dos, diez, ciento, y mil más impulsadas por el choque del joven, que era arrastrado por un torbellino invisible, irresistible, velocísimo. Todas aquellas puertas de bronce, que estaban una enfrente de otra, aunque a gran distancia, permanecieron abiertas por un instante y yo vi, allá a lo lejos, muy lejos, como la boca de un horno, y mientras el joven se precipitaba en aquella vorágine pude observar que de ella se alzaban numerosos globos de fuego. Y las puertas volvieron a cerrarse con la misma rapidez con que se habían abierto. Entonces yo tomé la libreta para apuntar el nombre y el apellido de aquel infeliz, pero el guía me agarró del brazo y me dijo: -Detente y observa de nuevo. Lo hice y pude ver un nuevo espectáculo. Vi bajar precipitadamente por la misma senda a otros tres jóvenes de nuestras casas que en forma de peñascos rodaban rapidísimamente uno tras otro. Iban con los brazos abiertos y gritaban de espanto. Llegaron al fondo y fueron a chocar con la primera puerta. En aquel instante conocí a los tres. La puerta se abrió y, después de ella, las otras mil; los jóvenes fueron empujados (**Es9.174**))
<Anterior: 9. 173><Siguiente: 9. 175>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com