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-íDetente! >>Qué haces?
-Tomo nota de estas inscripciones.
-No hace falta; las tienes todas en la Sagrada
Escritura; incluso tú has hecho grabar algunas
bajo los pórticos.
Ante semejante espectáculo habría preferido
volver atrás y encaminarme
al Oratorio; pero el guía no se volvió, a pesar de
que yo había dado ya algunos pasos.
Recorrimos un inmenso y profundísimo barranco y
nos encontramos nuevamente al pie del camino
pendiente que habíamos recorrido y delante de la
puerta que vimos en primer lugar. De pronto el
guía se volvió hacia atrás y con el rostro
demudado y sombrío, me indicó con la mano que me
retirara, diciendo:
-íObserva!
Tembloroso, alcé los ojos hacia arriba y, a una
gran distancia, vi que por aquel camino en
declive, bajaba uno a toda velocidad. Conforme se
iba acercando intenté identificarlo y finalmente
pude reconocer en él a uno de mis jóvenes. Llevaba
los cabellos desgreñados, en parte erizados sobre
la cabeza y en parte echados hacia atrás por
efecto del viento, y los brazos tendidos hacia
adelante, en actitud de quien nada para salvarse
del naufragio. Quería detenerse y no podía.
Tropezaba continuamente con los guijarros
salientes del camino y aquellas piedras servían
para darle mayor ((**It9.172**)) impulso
en la carrera.
Corramos, detengámosle, ayudémosle, gritaba yo
tendiendo las manos hacía él.
Y el guía replicaba:
-No; déjalo.
->>Y por qué no puedo detenerlo?
->>No sabes lo tremenda que es la venganza de
Dios? >>Crees que podrías detener a uno que huye
de la ira encendida del Señor?
Entretanto aquel joven, volviendo la cabeza
hacia atrás y mirando con los ojos encendidos si
la ira de Dios le seguía siempre, corría
precipitadamente hacia el fondo del camino, como
si no hubiese encontrado en su huida más solución
que ir a dar contra la puerta de bronce.
->>Y por qué mira hacia atrás con esa cara de
espanto?, pregunté yo.
-Porque la ira de Dios traspasa todas las
puertas del infierno y va a atormentarle aun en
medio del fuego.
En efecto, como consecuencia de aquel choque,
entre un ruido de cadenas, la puerta se abrió de
par en par. Y tras ella se abrieron al mismo
tiempo, haciendo un horrible fragor, dos, diez,
ciento, y mil más impulsadas por el choque del
joven, que era arrastrado por un torbellino
invisible, irresistible, velocísimo.
Todas aquellas puertas de bronce, que estaban
una enfrente de otra, aunque a gran distancia,
permanecieron abiertas por un instante y yo vi,
allá a lo lejos, muy lejos, como la boca de un
horno, y mientras el joven se precipitaba en
aquella vorágine pude observar que de ella se
alzaban numerosos globos de fuego. Y las puertas
volvieron a cerrarse con la misma rapidez con que
se habían abierto. Entonces yo tomé la libreta
para apuntar el nombre y el apellido de aquel
infeliz, pero el guía me agarró del brazo y me
dijo:
-Detente y observa de nuevo.
Lo hice y pude ver un nuevo espectáculo. Vi
bajar precipitadamente por la misma senda a otros
tres jóvenes de nuestras casas que en forma de
peñascos rodaban rapidísimamente uno tras otro.
Iban con los brazos abiertos y gritaban de
espanto. Llegaron al fondo y fueron a chocar con
la primera puerta. En aquel instante conocí a los
tres. La puerta se abrió y, después de ella, las
otras mil; los jóvenes fueron empujados
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