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penetrar en aquella vorágine, tiré hacia mí de
aquel hilo y noté que cedía un poco, pero había
que hacer mucha fuerza. Y he aquí que, después de
haber tirado mucho, salió fuera, poco a poco, un
horrible monstruo que infundía espanto, el cual
mantenía fuertemente agarrado con sus garras la
extremidad de una cuerda a la que estaban ligados
todos aquellos hilos. Era éste quien, apenas caía
uno en aquellas redes, lo arrastraba
inmediatamente hacia sí.
Entonces me dije:
-Es inútil intentar hacer frente a la fuerza de
este animal, pues no lograré vencerlo; será mejor
combatirlo con la señal de la santa cruz y con
jaculatorias.
Me volví, por tanto, junto a mi guía, el cual
me dijo:
->>Sabes ya quién es?
-íSí que lo sé! Es el demonio quien tiende
estos lazos para hacer caer a mis jóvenes en el
infierno.
Examiné con atención los lazos y vi que cada
uno llevaba escrito su propio título: el lazo de
la soberbia, de la desobediencia, de la envidia,
del sexto mandaniento, del hurto, de la gula, de
la pereza, de la ira, etc. Hecho esto, me eché un
poco hacia atrás para ver cuál de aquellos lazos
era el que causaba mayor número de víctimas entre
los jóvenes, y pude comprobar que eran los de la
deshonestidad, la desobediencia y la soberbia. A
este último iban atados otros dos. Después de esto
vi otros lazos que causaban grandes estragos, pero
no tanto como los dos primeros. Desde mi puesto de
observación, vi a muchos jóvenes que corrían a
mayor velocidad que los demás.
Y pregunté:
->>Por qué esta diferencia?
-Porque son arrastrados por los lazos del
respeto humano, me fue respondido.
Mirando aún con mayor atención vi que entre los
lazos había esparcidos muchos cuchillos que,
manejados por una mano providencial, cortaban o
rompían los hilos. El cuchillo más grande procedía
contra el lazo de la soberbia y simbolizaba la
meditación. Otro cuchillo ((**It9.170**)),
también muy grande, pero no tanto como el primero,
significaba la lectura espiritual bien hecha.
Había además dos espadas. Una de ellas indicaba la
devoción al Santísimo Sacramento, especialmente
mediante la comunión frecuente; otra, la devoción
a la Virgen. Había también un martillo: la
confesión, y había otros cuchillos símbolos de las
varias devociones a san José, a san Luis, etc.
Muchos rompían con estas armas los lazos al
quedar prendidos o se defendían para no caer en
ellos.
En efecto, vi a dos jóvenes que pasaban entre
los lazos de manera que nunca quedaban presos;
pasaban antes de que el lazo estuviese tendido y,
si lo hacían cuando éste estaba ya preparado,
sabían sortearlo de forma que les caía sobre los
hombros, o sobre las espaldas, o en otro lado, sin
lograr atraparlos.
Cuando el guía se dio cuenta de que lo había
observado todo, me hizo continuar el camino
flanqueado de rosas; pero, a medida que avanzaba,
las rosas de los linderos eran cada vez más raras,
y empezaban a aparecer punzantes espinas. Luego,
por mucho que me fijé, no se descubría ni una rosa
y, en el último tramo, el seto se había tornado
completamente espinoso, quemado por el sol y
desprovisto de hojas; después de los matorrales
ralos y secos, partían ramas que se tendían por el
suelo, impedían el paso y lo sembraban de espinas
de tal forma que dificilmente se podía caminar.
Habíamos llegado a una hondonada, cuyos ribazos
ocultaban las regiones vecinas,
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