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((**Es9.172**) penetrar en aquella vorágine, tiré hacia mí de aquel hilo y noté que cedía un poco, pero había que hacer mucha fuerza. Y he aquí que, después de haber tirado mucho, salió fuera, poco a poco, un horrible monstruo que infundía espanto, el cual mantenía fuertemente agarrado con sus garras la extremidad de una cuerda a la que estaban ligados todos aquellos hilos. Era éste quien, apenas caía uno en aquellas redes, lo arrastraba inmediatamente hacia sí. Entonces me dije: -Es inútil intentar hacer frente a la fuerza de este animal, pues no lograré vencerlo; será mejor combatirlo con la señal de la santa cruz y con jaculatorias. Me volví, por tanto, junto a mi guía, el cual me dijo: ->>Sabes ya quién es? -íSí que lo sé! Es el demonio quien tiende estos lazos para hacer caer a mis jóvenes en el infierno. Examiné con atención los lazos y vi que cada uno llevaba escrito su propio título: el lazo de la soberbia, de la desobediencia, de la envidia, del sexto mandaniento, del hurto, de la gula, de la pereza, de la ira, etc. Hecho esto, me eché un poco hacia atrás para ver cuál de aquellos lazos era el que causaba mayor número de víctimas entre los jóvenes, y pude comprobar que eran los de la deshonestidad, la desobediencia y la soberbia. A este último iban atados otros dos. Después de esto vi otros lazos que causaban grandes estragos, pero no tanto como los dos primeros. Desde mi puesto de observación, vi a muchos jóvenes que corrían a mayor velocidad que los demás. Y pregunté: ->>Por qué esta diferencia? -Porque son arrastrados por los lazos del respeto humano, me fue respondido. Mirando aún con mayor atención vi que entre los lazos había esparcidos muchos cuchillos que, manejados por una mano providencial, cortaban o rompían los hilos. El cuchillo más grande procedía contra el lazo de la soberbia y simbolizaba la meditación. Otro cuchillo ((**It9.170**)), también muy grande, pero no tanto como el primero, significaba la lectura espiritual bien hecha. Había además dos espadas. Una de ellas indicaba la devoción al Santísimo Sacramento, especialmente mediante la comunión frecuente; otra, la devoción a la Virgen. Había también un martillo: la confesión, y había otros cuchillos símbolos de las varias devociones a san José, a san Luis, etc. Muchos rompían con estas armas los lazos al quedar prendidos o se defendían para no caer en ellos. En efecto, vi a dos jóvenes que pasaban entre los lazos de manera que nunca quedaban presos; pasaban antes de que el lazo estuviese tendido y, si lo hacían cuando éste estaba ya preparado, sabían sortearlo de forma que les caía sobre los hombros, o sobre las espaldas, o en otro lado, sin lograr atraparlos. Cuando el guía se dio cuenta de que lo había observado todo, me hizo continuar el camino flanqueado de rosas; pero, a medida que avanzaba, las rosas de los linderos eran cada vez más raras, y empezaban a aparecer punzantes espinas. Luego, por mucho que me fijé, no se descubría ni una rosa y, en el último tramo, el seto se había tornado completamente espinoso, quemado por el sol y desprovisto de hojas; después de los matorrales ralos y secos, partían ramas que se tendían por el suelo, impedían el paso y lo sembraban de espinas de tal forma que dificilmente se podía caminar. Habíamos llegado a una hondonada, cuyos ribazos ocultaban las regiones vecinas, (**Es9.172**))
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