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entre las hojas, por todas partes, Aquel camino, a
primera vista, parecía llano y cómodo y yo me eché
a andar por él sin sospechar nada. Pero después de
caminar un trecho, me di cuenta de que
insensiblemente se iba haciendo cuesta abajo y,
aunque la marcha no parecía precipitada, yo corría
con tanta facilidad que me parecía ser llevado por
el aire. Incluso noté que avanzaba, casi sin mover
los pies. Nuestra carrera era, pues, veloz.
Pensando entonces que la vuelta atrás por un
camino tan largo hubiera sido fatigosa y cansada,
dije al amigo:
-Cómo haremos para regresar al Oratorio?
-No te preocupes, me respondió, el Señor es
omnipotente y quiere que camines. El que te
conduce y te enseña a proseguir adelante, sabrá
también llevarte hacia atrás.
El camino descendía cada vez más. Proseguíamos
la marcha entre flores y rosas, cuando vi que por
el mismo sendero me seguían todos los jóvenes del
Oratorio, con numerosísimos compañeros a los que
yo jamás había visto. Pronto me encontré en medio
de ellos. Mientras los observaba vi de repente
que, ora uno ora otro, caían al suelo y eran
arrastrados por una fuerza invisible hacia una
horrible pendiente, que se veía aún en lontananza,
y que luego los metía de cabeza en un horno.
->>Qué es lo que hace caer a estos muchachos?,
pregunté al guía. (Funes extenderunt in laqueum;
juxta iter scandalum posuerunt, Salm. 139. Cuerdas
han tendido como red; trampas junto al sendero me
han situado).
-Acércate un poco más, me respondió.
Me acerqué y pude comprobar que los jóvenes
pasaban entre muchos lazos, algunos de los cuales
estaban a ras del suelo y otros a la altura de la
cabeza: estos lazos no se veían. Por tanto, muchos
de los jóvenes, al andar, quedaban presos por
ellos, sin darse cuenta del peligro; en el momento
de caer daban un salto y después rodaban por el
suelo con las piernas en alto y, cuando se
levantaban, corrían precipitadamente hacia el
abismo. Unos quedaban presos por la cabeza, otros
por el cuello, quién por las manos, quién por un
brazo, éste por una pierna, aquél por la cintura,
e inmediatamente eran lanzados abajo.
((**It9.169**)) Los
lazos colocados en el suelo parecían de estopa,
apenas visibles, semejantes a los hilos de una
tela de araña y, al parecer, inofensivos. Y con
todo, pude observar que los jóvenes presos en
ellos, caían a tierra.
Yo estaba atónito, y me dijo el guía:
->>Sabes qué es esto?
-Un poco de estopa, respondí.
-Te diría que no es nada, añadió; no es más que
el respeto humano.
Entretanto, al ver que eran muchos los que
seguían cayendo en los lazos, pregunté:
->>Cómo se entiende que sean tantos los que
quedan prendidos en esos hilos?>>Quién es el que
los arrastra de esa manera?
Y él replicó:
-Acércate más; observa y lo verás.
Miré un poco y después dije:
-Yo no veo nada.
-Mira mejor, repitió.
Tomé, en efecto, uno de los lazos, tiré hacia
mí y pude comprobar que venía el otro extremo;
tiré aún un poco más y no pude ver dónde acababa
aquel hilo, pero me di cuenta de que yo también
era arrastrado por él. Entonces seguí la dirección
del hilo y llegué a la boca de una espantosa
caverna. Me detuve, porque no quería
(**Es9.171**))
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