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Yo, pues, al día siguiente pensaba
continuamente en la mala noche que tendría que
pasar y, al llegar la hora, no me determinaba a
irme a acostar. Y así estuve en mi mesa de trabajo
hojeando libros hasta medianoche. Me llenaba de
terror la idea de tener que contemplar todavía
nuevos espectáculos espantosos. Al fin, haciéndome
violencia, me acosté. Y continuó así la narración:
Para no dormirme tan pronto, y por temor a que
la imaginación me enfrascara en los sueños
acostumbrados, dispuse la almohada de tal forma
que estaba en el lecho casi sentado. Pero pronto,
como estaba cansado, me dormí sin darme cuenta.
Y he aquí que de improviso vi en la habitación,
junto a la cama, al hombre de la noche anterior
(llamado por él varias veces el hombre del bonete,
o del gorro), el cual me dijo:
-íLevántate y ven conmigo!
Yo le contesté:
-Te lo pido por caridad. Déjame tranquilo,
estoy cansado. íMira! Hace varios días que sufro
de dolor de muelas. Déjame descansar. He tenido
unos sueños espantosos y estoy verdaderamente
agotado.
Y decía esto porque la aparición de este hombre
es siempre indicio de grandes agitaciones, de
cansancio y de terror.
El me respondió:
-íLevántate, que no hay tiempo que perder!
Entonces me levanté y le seguí. Mientras
caminábamos le pregunté:
->>Adónde quieres llevarme ahora?
-Ven y verás.
Y me condujo a un lugar donde se extendía una
amplia llanura.
Dirigí la mirada a mi alrededor, pero aquella
región era tan grande que no se distinguían los
confines de la misma. Era un verdadero desierto.
No se veía alma viviente. Ni una planta, ni un
riachuelo; la yerba seca y amarillenta ofrecía un
aspecto de tristeza. No sabía dónde me encontraba,
ni qué iba a hacer. Durante unos instantes no vi a
mi guía. Temí haberme perdido. No estaban conmigo
ni don Miguel Rúa, ni don Juan B. Francesia, ni
ningún otro. Cuando he aquí que divisé al amigo
que salía a mi encuentro. Respiré y le dije:
->>Dónde estoy?
((**It9.168**)) -Ven
conmigo y lo verás.
-Bien; iré contigo.
Iba él delante y yo le seguía sin chistar.
Después de un largo y triste viaje, pensando don
Bosco que tenía que atravesar tan dilatada llanura
se decía para sí:
-íAy mis pobres muelas! íPobre de mí, con las
piernas tan hinchadas...!
Pero de pronto se abrió ante mí un camino.
Entonces interrumpí el silencio y pregunté al
guía:
->>Adónde, debemos ir ahora?
-Por aquí, respondió.
Y tomamos aquel camino. Era hermoso, ancho,
espacioso y bien pavimentado (Via peccantium
complanata lapidibus, et in fine illorum inferi,
et et poenae, Eclesiástico XXI, 10) (El camino de
los pecadores está bien enlosado, pero a su
término está la fosa del seol). A un lado y otro
de las orillas del foso flanqueaban dos magníficos
setos verdes, cubiertos de lindas flores. En
especial despuntaban las rosas,
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