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doctrinas. Vi el nombre de aquellos quorum Deus
venter est (cuyo Dios es el vientre); de otros a
los cuales scientia inflat (la ciencia hincha); de
los que quaerunt quae sua sunt, non quae Jesu
Christi (buscan lo suyo, no lo de Jesucristo); de
los que critican al reglamento y a los superiores.
Vi también los nombres de ciertos desgraciados que
estuvieron o que están actualmente con nosotros; y
un gran número de nombres nuevos para mí, o sea,
los que, con el tiempo, estarán con nosotros.
-He aquí los frutos que produce esta viña, dijo
el personaje con continente serio; son frutos
amargos, malos, nocivos para la eterna salvación.
Sin más saqué el cuaderno, tomé el lápiz y
quise escribir los nombres de algunos, pero el
guía me tomó del brazo como la vez anterior y me
dijo:
->>Qué haces?
-Déjame tomar nota de los que conozco, a fin de
poderles avisar en privado para que se corrijan.
Fue inútil mi ruego. El guía no me lo
consintió, y yo añadí:
-Pero si yo les digo la situación y estado en
que se encuentran, reaccionarán.
Y él me replicó:
-Si no creen al Evangelio, tampoco te creerán a
ti.
Continué insistiendo porque quería tomar nota y
disponer de algunas normas para el porvenir; pero
aquel hombre no añadió palabra, y se puso ante don
Miguel Rúa con el haz de bastones y le invitó a
que tomara uno:
-íToma y golpea!
Rúa, cruzando los brazos, bajó la cabeza y
exclamó:
-íPaciencia!
Y después dirigió una mirada a don Bosco. ste
hizo una señal de asentimiento y don Miguel Rúa,
tomando una vara en sus manos, se acercó a la vid
y comenzó a golpear en el lugar indicado. Pero,
apenas había dado los primeros golpes, cuando el
guía le hizo señas de que se detuviese, y gritó a
todos:
-íRetiraos!
Entonces nos alejamos todos. Observábamos y
veíamos que los granos de uva se hinchaban, se
hacían cada vez más gruesos y se tornaban
repugnantes. Parecían caracoles sin concha,
siempre de color amarillo y sin perder la forma de
la uva.
El guía gritó nuevamente:
-íMirad! íDejad que el Señor descargue su
venganza!
Y he aquí que el cielo comenzó a nublarse y se
formó una niebla tan densa que no se veía a poca
distancia y dejó cubierta la vid por completo.
Todo se hacía oscuro, brillaron relámpagos,
retumbaron los truenos y empezaron a caer tantos
rayos por todo el patio, que infundían terror. Se
doblaban los sarmientos al impulso de un viento
huracanado y volaban las hojas por los aires.
Finalmente comenzó a azotar la vid una horrible
tempestad. Yo quise huir pero el guía me detuvo
diciendo:-íMira el granizo!
Miré y vi que los granos, del grosor de un
huevo, unos eran negros y otros rojos; por un lado
eran puntiagudos y por el otro achatados en forma
de maza. El granizo negro caía con violencia cerca
de donde yo estaba y más atrás caía el granizo
rojo.
->>Cómo es esto?, decía yo; en mi vida he visto
un granizo parecido a éste.
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-Acércate, me dijo el desconocido y verás.
Me acerqué un poco al granizo negro, pero
despedía un hedor tan nauseabundo, que poco faltó
para que no me cayera de espaldas. El guía
insistía cada vez más para que me acercara.
Entonces agarré un grano de los negros para
examinarlo, pero tuve que arrojarlo enseguida al
suelo porque repugnaba mucho aquel olor
pestilente.
(**Es9.166**))
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