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-Estos, me dijo el guía, son y serán aquellos
que, mediante tus solícitos cuidados, producen y
producirán buenos frutos, los que practican la
virtud y te proporcionarán muchos consuelos.
Yo me alegré, pero al mismo tiempo me sentí un
poco afligido, porque dichos jóvenes no eran
tantos como yo esperaba.
Mientras los contemplaba sonó la campana para
el almuerzo y los muchachos se marcharon. También
los clérigos se fueron a su lugar. Miré ((**It9.161**)) a mi
alrededor y no vi a nadie. Hasta la vid con sus
sarmientos y con sus racimos había desaparecido.
Busqué al guía y no lo encontré. Entonces me
desperté y pude descansar algo.
El viernes, 1.° de mayo, continuó don Bosco el
relato:
-Como os dije ayer, me desperté pareciéndome
haber oído el sonido de la campana, pero volví a
amodorrarme; descansaba tranquilamente, cuando me
sentí sacudido por segunda vez y me pareció
encontrarme en mi habitación, en actitud de
despachar mi correspondencia. Salí al balcón y
durante un rato estuve contemplando la gigantesca
cúpula de la nueva iglesia y seguidamente bajé a
los pórticos. Poco a poco regresaban de sus
ocupaciones los sacerdotes y los clérigos que me
rodearon. Entre ellos estaban presentes don Miguel
Rúa, don Juan Cagliero, don Juan B. Francesia y
don Angel Savio. Hablaba con ellos de cosas
diversas, cuando la escena cambió por completo.
Desapareció la iglesia de María Auxiliadora,
desaparecieron todos los edificios actuales del
Oratorio y nos encontramos ante la antigua casa
Pinardi. Y he aquí que de nuevo comienza a brotar
del suelo y en el mismo lugar que la anterior, una
vid que parecía salir de las raíces de la otra, y
a elevarse a igual altura, a producir numerosos
sarmientos horizontales, que se extendieron por un
amplio espacio y después se cubrieron de hojas, de
racimos y finalmente de uva madura. Pero no
apareció la turba de jóvenes. Los racimos eran
tran grandes como los de la tierra prometida.
Habría sido necesaria la fuerza de un hombre para
levantar uno solo. Los granos eran
extraordinariamente gruesos, de forma oblonga y de
un color amarillo oro; parecían muy maduros. Uno
solo de ellos hubiera sido suficiente para llenar
la boca. Su aspecto era tan agradable que la boca
se hacía agua y parecía que estaban diciendo:
-íCómeme!
También don Juan Cagliero con don Bosco y sus
compañeros contemplaba maravillado aquel
espectáculo. Don Bosco esclamó:
-íQué uva tan estupenda!
Y don Juan Cagliero, sin más cumplidos, se
acercó a la vid, arrancó unos granos, se echó uno
a la boca y comenzó a masticarlo; pero sintió
náuseas y lo arrojó con tal fuerza, que parecía
vomitar. La uva tenía un sabor desagradable, como
el de un huevo podrido.
-íCaramba! exclamó don Juan Cagliero después de
escupir varias veces; esto es veneno, es capaz de
causar la muerte a un cristiano.
Todos miraban y ninguno hablaba, cuando salió
por la puerta de la sacristía de la antigua
capilla un hombre de aspecto serio y resuelto, que
se acercó a nosotros y se paró junto a don Bosco.
Don Bosco le preguntó:
->>Cómo se entiende que una uva tan hermosa
tenga un gusto tan malo?
Aquel hombre no contestó, sino que, sin decir
palabra, fue a cortar un haz ((**It9.162**)) de
varas, eligió una nudosa, se presentó a don Angel
Savio y se la ofreció diciendo:
-íToma y golpea esos sarmientos!
Don Angel se negó a hacerlo y dio un paso hacia
atrás.
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