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De pronto vi que el Oratorio actual cambió de
aspecto, asemejándose a nuestra casa tal como era
en los primeros tiempos, cuando estaban en ella
casi solamente los citados.
Tened presente que el patio confinaba con
amplios campos sin cultivar, completamente
deshabitados, que se extendían hasta los prados de
la ciudadela, donde los primeros muchachos
retozaban alegremente.
Yo estaba bajo las ventanas de mi habitación en
el mismo lugar ocupado hoy por el taller de
carpintería y que antaño fue un huerto.
Mientras estábamos sentados hablando de
nuestras cosas y de la conducta de los jóvenes, he
aquí que delante de esta pilastra (donde estaba
apoyada la tribuna desde la que él hablaba) que
sostiene la bomba, y junto a la cual estaba la
puerta de la casa Pinardi, vimos brotar de la
tierra una hermosísima vid, la misma que durante
mucho tiempo estuvo en este mismo lugar. Estábamos
maravillados de la aparición de la vid después de
tantos años y nos preguntábamos recíprocamente qué
clase de fenómeno sería aquél.
La planta crecía a ojos vistas y se elevó sobre
el suelo casi a la altura de un hombre. Cuando he
aquí que comienzan a brotar sarmientos en número
extraordinario, por una y otra parte y a cubrirse
de pámpanos. En poco tiempo creció tanto que llegó
a ocupar todo nuestro patio y mucho más. Lo más
admirable era que sus sarmientos no apuntaban
hacia arriba, sino que seguían una dirección
paralela a la del suelo formando un inmenso
emparrado, que se sostenía sin ningún apoyo
visible. Sus hojas, acabadas de salir, eran verdes
y hermosas; y sus largos sarmientos, de un vigor y
lozanía sorprendentes; pronto aparecieron también
hermosos racimos, engordaron los granos y la uva
adquirió su color.
Don Bosco y los que estaban con él contemplaban
maravillados aquello y decían:
->>Cómo ha podido crecer esta vid tan deprisa?
>>Qué será?
((**It9.158**)) Y dijo
don Bosco a los demás:
-Esperemos a ver qué pasa.
Yo seguía mirando con los ojos abiertos y sin
pestañear, cuando de pronto todos los granos de
uva cayeron al suelo y se convirtieron en otros
tantos muchachos vivarachos y alegres, que
llenaron en un momento todo el patio del Oratorio
y todo el espacio sombreado por la vid: saltaban,
jugaban, gritaban, corrían bajo aquel singular
emparrado y daba gusto verlos. Allí se hallaban
todos los muchachos que estuvieron, están y
estarán en el Oratorio y en los demás colegios,
pues a muchísimos no los conocía.
Entonces, un personaje, que al principio no
conocí quién fuese, y vosotros sabéis que don
Bosco tiene siempre en sus sueños un guía,
apareció a mi lado contemplando él también a los
muchachos. Pero de pronto un velo misterioso se
extendió ante nosotros y cubrió el agradable
espectáculo.
Aquel largo velo, no mucho más alto que la
viña, parecía pegado a los sarmientos de la vid en
toda su longitud y bajaba hasta el suelo a guisa
de telón. Sólo se veía la parte superior de la
viña, que parecía un amplio tapete verde.
Toda la alegría de los jóvenes había
desaparecido en un momento para trocarse en
melancólico silencio.
-íMira! me dijo el guía señalándome la vid.
Me acerqué y vi que aquella hermosa vid, que
parecía cargada de uva, no tenía más que hojas,
sobre las cuales aparecían escritas las palabras
del Evangelio: Nihil invenit in ea! (No halló nada
en ella).
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