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((**Es9.160**) un grito terrible, saltó hacia atrás y desapareció; pero, mientras lo hacía, pude oír una voz que desde lo alto pronunció claramente estas palabras: ->>Por qué no hablas? El Director de Lanzo, don Juan Bautista Lemoyne, se despertó aquella noche con mis ayes prolongados y oyó cómo golpeaba la pared con las manos. Por la mañana me preguntó: -Don Bosco, >>ha soñado esta noche? ->>Por qué me lo preguntas? -Porque he oído sus gritos. De esta manera entendí que era voluntad de Dios que os contara lo que había visto, por lo que he determinado narraros todo el sueño; de lo contrario traicionaría a mi conciencia; de esta forma creo también que me veré libre de la presencia de estos fantasmas. Demos gracias al Señor por su misericordia y procuremos poner en práctica los avisos que se nos den y servirnos de los medios que nos sean sugeridos para ayudarnos a conseguir la salvación de nuestras almas. En esta ocasión pude conocer el estado de la conciencia de cada uno de vosotros. Pero deseo que cuanto os voy a decir quede entre nosotros. Os ruego que no escribáis ni habléis de ello fuera de casa pues no son cosas que se han de tomar a broma, como algunos podrían hacer, y para que no puedan originarse inconvenientes que sirvieran de disgusto a don Bosco. A vosotros os las cuento con toda confianza porque sois mis queridos hijos y por eso las debéis escuchar como dichas por un padre. He aquí los sueños que yo quería pasar por alto y que me veo obligado a contaros. Desde los primeros días de la semana santa (5 de abril) comencé a tener unos sueños que ocuparon mi imaginación y me molestaron durante varias noches. Estos sueños me producían además un gran cansancio, de forma que a la mañana siguiente de haber soñado me sentía tan falto de fuerzas como si hubiera pasado trabajando las horas del descanso, sintiéndome al mismo tiempo turbado e inquieto. La primera noche soñé que había muerto. La segunda que estaba en el juicio de Dios, ((**It9.157**)) dispuesto a dar cuenta de mis obras al Señor; pero en el momento me desperté y comprobé que estaba aún vivo en la cama y que, por tanto, disponía todavía de tiempo para prepararme mejor a una santa muerte. La tercera noche soñé que me encontraba en el paraíso, donde me pareció estar muy bien y gozando mucho. Al despertarme por la mañana desapareció tan agradable ilusión; pero me sentía resuelto a ganarme, a costa de cualquier sacrificio, el reino eterno que había vislumbrado. Hasta aquí se trataba de cosas que no tienen importancia para vosotros y carecen de todo significado. Se va uno a descansar preocupado por una idea, y es natural que, durante el sueño, se reproduzcan escenas relacionadas con las cosas en las cuales se ha estado pensando. Era la noche del jueves santo (9 de abril). Apenas comenzó a invadirme un leve sopor, cuando me pareció encontrarme bajo estos mismos pórticos, rodeado de nuestros sacerdotes, clérigos, asistentes y alumnos. Parecióme después, mientras vosotros desaparecíais, que yo avanzaba un poco hacia el patio. Estaban conmigo don Miguel Rúa, don Juan Cagliero, don Juan Bautista Francesia, don Angel Savio y el jovencito Preti; y un poco apartados José Buzzetti y don Esteban Rumi, del Seminario de Génova y gran amigo nuestro. (**Es9.160**))
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