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Al mismo tiempo se divertían los ciudadanos con
carreras de caballos, conciertos musicales ante el
palacio real, torneos, tómbolas populares,
espléndidas iluminaciones y resplandecientes
fuegos artificiales en la plaza de armas. Las
novedades de estos espectáculos se comentaban en
el Oratorio y daban ocasión a don Bosco para
mostrar una vez más su ejemplar prudencia. Un
distinguido eclesiástico, alumno entonces del
Oratorio, así lo atestigua bajo juramento:
<>-íPiensa un poco en el peligro a que te
expusiste...! Si los superiores llegaran a
saberlo, serías expulsado.
>>Mas jamás se sirvió de lo que había sabido en
confesión a este respecto. Mi compañero siguió
durmiendo en el mismo sitio; la verja de la
((**It9.138**)) ventana
siguió siempre como estaba y yo no recibí más
riñas.
>>íPero la falta tampoco se volvió a repetir!
Tal era la persuasión que los jóvenes tenían de su
prudencia y de su delicadeza en todo cuanto se
refería a la confesión, que con plena confianza
confesábanle a él los secretos de sus faltas,
antes que a otros>>.
Aún no se habían terminado las fiestas
oficiales, cuando se presentó a don Bosco doña
Eugenia Telles de Gama, dama de la Corte de Su
Majestad la Reina de Portugal, deseosa de conocer
al sacerdote de quien tanto había oído hablar en
su patria. Se entretuvo largo tiempo con él y, de
vuelta en el palacio real, mostró a la Reina la
estampita de la Virgen que le había regalado el
siervo de Dios y le habló de él con el mismo
entusiasmo que se habla de un santo. María Pía
contempló con todo respeto la estampa y exclamó:
-íQué suerte! íSi yo tuviera valor para pasar por
encima de las normas de la Corte, también quisiera
ir a ver a don Bosco y pedirle una estampa!
Antes de salir de Turín, aquella dama mandó a
don Bosco su tarjeta de visita con el siguiente
escrito en francés: <(**Es9.136**))
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