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su puesto y los alumnos, cosa insólita, salían del
estudio y de los talleres, poco dispuestos a
confesarse, y se dispersaban por los patios en vez
de ir a prepararse para la confesión. Don Juan B.
Francesia procuraba mandarlos a la iglesia, pero
veía en la cara de muchos cierta sonrisa maligna,
que no sabía explicar. Algunos, a su invitación,
entraban por una puerta de la iglesia y salían por
la otra. Volvía a llamarlos y de un patio se iban
al otro. Nunca se habían manifestado tan reacios
como aquella tarde.
Cuando supo la causa procuró persuadirlos,
hacerles entrar en razón, pero él mismo se armaba
un lío. En efecto, la profecía de don Bosco no
daba señales de cumplirse y algunos, que habían
entrado hacía unas semanas en el Oratorio,
encontraban pretexto para reírse de todo cuanto de
admirable habían oído sobre don Bosco. Aquellas
habladurías causaban mal efecto particularmente
entre los aprendices.
Llegó la hora de la cena. Los del primer turno
acudieron al comedor y lo encontraron sin
preparar. Faltaba el vino. Buscan a Espíritu
Rossi, cantinero y refitolero y no le encuentran;
no se sabe por dónde anda; de la cocina avisan al
Prefecto; don Miguel Rúa pregunta quién ha visto
últimamente a Rossi y Cipriano Audisio responde
que a las dos de la tarde ha estado con él en la
cantina lavando los toneles y que allí lo había
dejado.
Van a la cantina: cerrada. Le llaman, golpean
la puerta, la fuerzan, entran, miran por todas
partes y, por fin, ven por el suelo los zapatos de
Rossi. Se registran entonces los toneles vacíos.
El pobrecito estaba en el fondo de uno de ellos, a
donde imprudentemente había bajado, asfixiado,
muerto. Caliente todavía, sacáronle y lleváronle
fuera. La voz corrió como una centella. Los
muchachos se agolparon para contemplar el doloroso
espectáculo, los murmuradores enmudecieron
avergonzados, todos eran presa de un misterioso
temor y corrían a confesarse, de tal modo que don
Bosco tuvo que estar confesando casi hasta media
noche. Hasta los más incrédulos se convencieron
del espíritu profético del Venerable.
Citamos entre los testigos del hecho al
cardenal Cagliero.
((**It9.113**)) Don
Miguel Rúa escribió en el Necrologio:
<< 18 de marzo. -Muere Espíritu Rossi, de
Saliceto, de 26 años de edad. Obediencia y piedad
eran sus rasgos característicos: Quiso ser
sacerdote; mas, por carecer de memoria e
inteligencia suficientes, hubo de abandonar los
estudios. En casa de sus padres resultó
monomaníaco. Tuvo la fortuna de volver a entrar en
el Oratorio y, sin más remedio que una ciega
obediencia a su Director, curó del todo.
(**Es9.113**))
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