((**Es8.91**)
-Tampoco yo lo sé. Tal vez porque un día,
siendo yo seminarista y mientras ayudaba la misa
en palacio, apagué un ramo de flores artificiales
que ardía, en presencia de la reina María Teresa.
Y se reía. Siempre tenía la palabra oportuna
para cuantos encontraba, con lo que se ganaba la
confianza y el afecto de todos.
Una vez entraba a toda prisa en el Oratorio,
algo retrasado para la predicación y vio a un
joven sacerdote que le esperaba para acompañarlo;
díjole:
-Nunca le he visto a usted en el Oratorio.
-Hace pocos meses que estoy con don Bosco.
->>Y piensa quedarse?
-Efectivamente, si Dios quiere.
-Muy bien, quédese aquí, porque ésta es la casa
de un santo. íAnimo! No se deje llevar por la
melancolía. No se turbe por las contrariedades o
privaciones. íEsté siempre alegre! Persevere en su
decisión y será feliz. Hay mucho que trabajar,
pero el Señor y la Virgen pagan bien.
Y abrazándole se apresuró a entrar en la
iglesia. íQué fortuna la del Oratorio, que tuvo
durante tantos años amigo tal!
Don Bosco se servía de él y de otros sacerdotes
turineses ((**It8.93**)) para
satisfacer las peticiones de predicaciones
extraordinarias en la diócesis y fuera de ella.
Con frecuencia recibía invitaciones de obispos o
de párrocos para predicar una misión, no solamente
en villorrios, sino también en ciudades de cierta
importancia. Si podía, aceptaba la invitación;
pero, si no le era factible, encargaba a dichos
voluntariosos amigos y también a alguno de sus
jóvenes sacerdotes, por ejemplo a don Juan
Cagliero o a don Miguel Rúa.
Por aquellos días tuvo lugar una misión en
Reggio Emilia y escribía el Obispo a don Bosco:
Muy Reverendo Señor y Dueño mío:
No encuentro expresiones para agradecer a V. S.
M. R. el señaladísimo favor que me hizo al enviar
dos sacerdotes tan doctos, celosos y
verdaderamente santos misioneros, para predicar
los ejercicios espirituales en esta Ciudad. Han
trabajado sin descanso día y noche durante más de
una semana y con tan buenos resultados, con tanta
satisfacción y fruto espiritual de todo el pueblo,
que verdaderamente se ha visto la bendición de
Dios. Lleno de consuelo, he repetido varias veces,
refiriéndome a ellos, las palabras de san Pablo:
Beati pedes evangelizantium bona, evangelizantium
pacem (bienaventurados los pies de los
evangelizadores del bien y de la paz).
Le doy una y mil veces las más expresivas
gracias, reverendísimo señor, por su gran
complacencia y, si en cualquier ocasión, yo
pudiese servirle en algo, me agradaría (**Es8.91**))
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