((**Es8.883**)
cristiana, en la que la fe parecía enraizada en el
suelo, infiltrada en las paredes, y esparcida por
su atmósfera. Nuestros mayores no podían salir de
casa sin encontrarse inmediatamente con un
santuario, que con su presencia y el sonido de las
campanas les invitaba a rezar. Era para todos
ellos algo facilísimo comenzar y acabar el día en
el santo templo, facilísimo en los días festivos
alimentarse con el pan de la divina palabra y de
los sacramentos: ya que en pocos minutos estaban
en la casa de Dios y de la casa de Dios pasaban
también, en minutos, a sus negocios.
Así florecía la religión entre nosotros y
crecía con ella el buen orden en las familias y en
la moral pública; y Turín era tenida por una de
las ciudades de mejores costumbres.
Y este buen espíritu no vino a menos en las
edades siguientes; sino que con el ampliarse de
nuestra ciudad, se fueron levantando nuevos
templos en proporción al aumento del vecindario; y
muchas veces la casa de Dios se edificaba antes
que los otros edificios, y los nuevos habitantes,
al tomar posesión de su morada, ya encontraban el
lugar santo donde atender a las necesidades del
espíritu.
Examinad, hermanos míos, las ampliaciones de
Turín realizadas a principio del siglo pasado, y
las iglesias de Nuestra Señora del Carmen, de la
Cofradía del Santo Sudario, de Santa Teresa, de la
Visitación, de la Santa Cruz, de Santa Pelagia,
San Miguel, y sobre todo de San Felipe, sin hablar
de otras cuatro hoy destinadas a uso profano,
levantadas precisamente en aquel tiempo, que os
demuestran cómo sentían nuestros mayores la
necesidad de multiplicar las iglesias a medida que
se multiplicaban las casas. Y esto porque ellos,
iluminados como estaban por la fe y la razón,
entendían que el hombre debe vivir de sentimiento
religioso, y que, por tanto, necesita no tener su
morada lejos de la casa de Dios.
Entendían, además, otra cosa que hoy no se
quiere entender, esto es, que la religión es la
base de la sociedad civil y el vínculo que
mantiene unidos entre sí a los ciudadanos y los
hace miembros de un mismo cuerpo. Porque los
hombres no son pura materia, sino espíritus que
viven dentro del cuerpo: y el enlace de los
espíritus es la conciencia, la cual resulta una
palabra sin significado cuando falta la religión,
y, por el contrario, crece su fuerza con el
crecimiento de la fe.
Hasta los mismos gentiles entendieron y
entienden esta verdad y por eso construyeron gran
número de edificios religiosos para hacer de la
vida social una vida de religión. Egipto, Persia,
India, China y cualquier país del mundo ((**It8.1044**)),
habitado todavía por gente idólatra, presenta una
multitud incontable de estos edificios dedicados
al culto de sus dioses. El que visita los restos
de la Roma pagana, se siente maravillado al ver
los magníficos restos de tan gran número de
templos dedicados a los dioses del Imperio y tan
próximos los unos de los otros. El célebre foro
romano contaba casi tantos templos como palacios,
y a medida que se construían nuevos pórticos,
nuevas basílicas, nuevas termas, se levantaban
también nuevos templos: y se quería que éstos
sobrepasasen a los otros edificios en grandiosidad
y riqueza, como lo atestigua el Panteón, que aún
existe.
Encontraréis ciudades sin murallas, escribía un
célebre escritor pagano, encontraréis ciudades y
pueblos sin fortalezas y sin plazas y sin
anfiteatros, pero una ciudad sin templo no la
encontraréis nunca.
Los antiguos, pues, ya fueran idólatras o ya
fueran cristianos, consideraban los edificios
religiosos como el más bello ornamento de una
ciudad. Y tenían razón para ello. Por muy hermosa
que pueda presentarse una ciudad, si faltan las
iglesias, si la religión no aparece casi por
ninguna parte con sus edificios públicos, falta
allí la principal belleza, falta allí lo que da
vida al orden social. Una ciudad que se ensanche
(**Es8.883**))
<Anterior: 8. 882><Siguiente: 8. 884>