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en sí mismo un mundo más admirable que el que lo
rodea, debe estar totalmente ordenado, no sólo en
las potencias del cuerpo sino también en las del
alma? >>Y en dónde encontrará la regla y la Ley
que debe ordenarlo en la mente y en el corazón si
no es en su Creador? Ciertamente el hombre
necesita, en primer lugar, conocer a su Dios,
conocer sus perfecciones, sus obras y sus leyes.
Necesita adorar a Dios, agradecerle, suplicarle y
tenerle propicio y aplacar su cólera.
((**It8.1042**)) Ahora
bien, aunque el hombre pueda hacer todo esto en
cualquier lugar donde se encuentre, no es menos
verdad que dificilmente lo hace cuando no está
dentro de la casa de Dios, y que solamente en la
casa de Dios es donde él aprende debidamente todo
lo concerniente a la religión, forma su corazón en
un vivo sentimiento religioso y recibe el
principal impulso para los ejercicios de la vida
devota. Y finalmente sólo en la casa de Dios mora
nuestro divino Redentor bajo las especies
eucarísticas; y sólo aquí cumple el acto en el que
está la esencia de la religión, que es el
sacrificio de su cuerpo y de su sangre, y
solamente aquí El nos da este cuerpo adorable y
esta su preciosísima sangre como alimento y bebida
para nuestra alma. Las iglesias, por tanto, son
necesarias para aprender y practicar en ellas la
religión. Y así como la religión, para poder
informar toda nuestra vida, ha de ser practicada
con la mayor frecuencia posible, así es necesario
que los edificios consagrados a Dios estén cerca
de nuestra casa, para poder ir allí fácilmente; lo
cual no puede obtenerse sin multiplicar las
iglesias.
El trabajo humano crece cada día más y la gran
masa de ciudadanos se ve envuelta como en un
torbellino de negocios y con tal agitación diaria
que no sabe encontrar más que un poco de tiempo
para las necesidades del alma. En consecuencia la
mayor parte de los habitantes de una ciudad, en
donde no pueda satisfacer fácilmente las
exigencias de la religión, es decir, cuando no hay
una iglesia a pocos pasos de su casa, vivirá como
si su existencia no fuese nada más que materia, y
todo tuviese que terminar en la tumba.
De donde la necesidad de habitar como en medio
de las iglesias para poder vivir una vida que sea
en verdad una preparación para el cielo, fue
siempre sentida por los cristianos: por eso apenas
el gran Constantino colocó la cruz en la punta de
su diadema y dio licencia para levantar templos al
verdadero Dios en todo el imperio romano
inmediatamente viéronse surgir por todas partes
millares de iglesias católicas, y toda Europa por
ciudades y pueblos se fue embelleciendo con una
multitud sin fin de sagrados edificios con inmenso
progreso para las artes e industria, yendo todos a
porfía para tener un gran número de iglesias y más
espléndidas y ricas que las de los demás.
Nuestra ciudad de Turín no anduvo ajena a ese
movimiento religioso; sino que, habiendo recibido
muy pronto dentro de sí la luz divina de la fe
católica, rápidamente demostró la necesidad que le
impelía a alimentar su fe en la santa casa de
Dios, y levantó iglesias al divino Salvador, a
María Santísima, a los Santos mártires de Turín, a
los Santos Pedro y Pablo, a San Esteban, San
Lorenzo, Santa Inés y San Silvestre, de modo que a
todos los turineses, en cualquier parte de la
Ciudad que morasen, les resultaba fácil acudir al
lugar sagrado, para santificar el alma y
levantarla hacia el cielo. Todas estas iglesias ya
existían en tiempos de San Máximo ((**It8.1043**))
nuestro Obispo, y uno de los más célebres padres
de la Iglesia; y sin embargo, exhortaba él a
nuestros abuelos a fabricar otras nuevas: y
habiendo respondido algunos turineses a su
invitación, y edificado una nueva basílica, él, al
consagrarla, ensalzó públicamente su generosidad
proponiéndola como ejemplo a imitarse. Este fue el
medio, queridos hermanos, por el que Turín se
convirtió en una ciudad tan
(**Es8.882**))
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