Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es8.873**) íQué grande es el poder de la santa Fe! Soy un profano en la poesía, pero sé algún que otro verso, y quiero decir con esto que allí, en medio de aquella inmensa multitud oí a uno que exclamó: Bella, inmortal, benéfica Fe, acostumbrada al triunfo: Escribe todavía: íalégrate! 1 Yo los aprobé, los retuve fielmente en la memoria y os los recuerdo a vosotros creyendo os gustarán. Oí también la voz del Papa: íqué sonora, llena y robusta! Y pensar que aquella voz era tan poderosa ante los hombres y más aún ante Dios. Visité ijamente todas las hermosuras de Roma. Fui a las catacumbas, al coliseo, santificado con la sangre de tantos mártires y no recuerdo haber llorado nunca con tanto consuelo de mi corazón. íSí, lloré de veras! Visité la casa de san Pudente 2, habitada por san Pedro, según se cree, recién llegado a Roma; fui a la cárcel Mamertina, segunda estancia de san Pedro: bebí en la fuente milagrosa que el mismo santo hizo manar para bautizar a sus guardianes; vi el Capitolio, la vía sacra, el foro romano, diversos templos de la antigua Roma; y hubo quien me mostró la torre a la que, según la tradición, subió Nerón cuando incendió Roma, acusando después a los cristianos. No es para decir mi satisfacción al contemplar tantas maravillas. Subí reverentemente la escala santa, vi la cuna del Señor y las últimas huellas de su cruz. En fin, experimenté todas las demostraciones que un corazón cristiano puede desear y esperar. Finalmente tuve que partir y no me decidía a ello. Se dice fácilmente dejar a Roma; pero tenía el doloroso presentimiento de que no volvería a verla. Visité una vez más San Pedro, besé reverente su pie confesando mi devoción a él y a su angélico Sucesor y partí. Pero íqué vuelta la mía! íCuántos trajines hube de soportar! Con pretextos que yo no sé justificar, casi casi me ahogaban. Me decían que yo iba contaminado con el cólera de Roma y me lo encontré en mis queridas tierras. Y más de uno de mis amigos se había marchado ya para la eternidad. Sospeché entonces que fuera un castigo que Dios nos enviaba. Verdad es que también en Roma apareció después el morbo fatal, pero entonces no existía más que en la mente y en la voluntad maliciosa de algunos. En fin, a mi vuelta sufrí la desgracia de mis hermanos y rogué y ruego a Dios para que abrevie los días de su furor. Y tú, caro lector, defíendete cuanto puedas de este huésped de mal agüero y que Dios te llame como suele ((**It8.1030**)) llamar a sus hijos más queridos dulcemente y con la sonrisa en los labios. Termino enviándote un cordial saludo. Que Dios os bendiga y bendiga también a vuestro afectísimo amigo El Hombre de Bien El Hombre de Bien presentaba al lector poesías y distintas narraciones entre las cuales: Los últimos momentos de Maximiliano, 1 Deben pertenecer a algún clasico o poeta popular italiano, que confieso desconocer. (N. del T. ). 2 Pudente. Existe la iglesia titular de Pudente (<>). Según la tradición, Pudente, discípulo apostólico y senador, ofreció hospedaje a san Pedro, y fue padre de las vírgenes romanas Pudenciana y Práxedes. (N. del T.). (**Es8.873**))
<Anterior: 8. 872><Siguiente: 8. 874>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com